jueves, 12 de julio de 2018

EL DESPERTAR DEL SOL


Desde 1682 hasta 1789 el palacio de Versalles se convirtió en el verdadero corazón de Francia. El rey Luis XIV transformó el refugio preferido de caza de su padre Luis XIII en una de las maravillas arquitectónicas de Europa. Todo en él emanaba magnificencia y en su centro se encontraba el propio monarca. En torno a él giraba la vida de aquel palacio y por eso cualquier acto que se realizaba allí dependía de su voluntad. Aunque fuera el más nimio, como por ejemplo el ritual que se realizaba cuando el rey abría los ojos por la mañana. A esta solemne ceremonia se la llamaba Le Lever du Roi, el Despertar del rey, y consistía en los siguientes pasos:

A las ocho y media en punto, el ayudante de cámara, que había dormido a los pies del lecho real, se acercaba a la cámara y susurraba: “Señor, es la hora”. Después abría las puertas de la cámara y dejaba entrar al Primer Médico y al Primer Cirujano que se ocupaban de que el rey hubiera dormido bien, sosegado, y sin ninguna alteración. Cuando éstos terminaban su inspección matutina se producían las “grandes entradas” que consistían en dejar pasar a los familiares del propio rey quienes esperaban pacientemente a que el Primer Gentilhombre de Cámara descorriera la cortina que había alrededor de la cama. Este Gentilhombre acercaba al monarca una pila de agua bendita y una Biblia y durante un cuarto de hora todos los presentes rezaban susurrando no fuera a ser que Luis XIV tuviera migrañas matutinas.

La segunda parte del ceremonial se llamaba el Petit Lever y en ella el rey ya levantado se sentaba en un cómodo sillón donde unos ayudantes le peinaban y le afeitaban. Mientras tanto se daba entrada en la estancia a los ministros y personalidades destacadas. Hay que pensar que en esos precisos momentos el lugar, entre unos y otros, debía estar abarrotado, así que era normal que Luis XIV se levantara para pasar a continuación a un salón adyacente donde desayunaba y era vestido por el Primer Gentilhombre de Cámara y el Maestro de Guardarropa.

Pero el gran despertar todavía no había terminado ya que éste concluía con una procesión por las Grandes Estancias, como la Galería de los Espejos, hasta la Capilla Real. El rey iba acompañado de cuatro guardias y un capitán quien tenía la misión no solo de vigilar al monarca sino también de recoger las peticiones escritas por los cortesanos que asistían a la procesión. Todo este ritual terminaba alrededor de las diez de la mañana, cuando Luis XIV se sentaba frente al altar de la Capilla. Y esto se realizaba cada día, sin excepción, siendo obligatoria su asistencia.