“Un soldado
tiene la ventaja de poder mirar al enemigo a los ojos, Senador.” (Gladiator)
La sangre de
Roma. La ira y el fuego de los hijos de Marte eran sin duda sus legiones. La determinación
en la mirada de sus soldados, el fulgor de sus corazas y la valentía de
pertenecer a una perfecta máquina de guerra bien engrasada bastaban para que los
enemigos retrocedieran ante el sonido de los clavos de sus caligae. Junto con sus grandes obras de ingeniera la legión romana
era el musculo que la Urbs utilizaba
para llegar la civilización desde el Tíber a cualquier rincón del mundo, por
muy recóndito que éste fuera. Con respecto a la visión que el cine o la
literatura nos han mostrado de las legiones romanas hay que reconocer que es de
lo más variopinta. Desde la simple parodia al intento de enseñárnosla con todo
lujo de detalles quien más quien menos nos hacemos una imagen de cómo eran,
cómo desfilaban o cómo luchaban. Pero para saber más de ellas, su verdadera organización,
composición guerrera o su importancia en la sociedad romana les aconsejó
vivamente hacerse con el libro Breve Historia
de los ejércitos: La legión romana, escrito por Begoña Fernández Rojo, y
editado por Nowtilus (2019).
En un primer
capítulo, la autora centra su mirada en la evolución del ejército romano desde
los últimos años de la monarquía pasando por la república y el imperio. Es
decir, nos encontramos primeramente con un “ejercito” formado por ciudadanos
libres, cuasi uniformados, en la que la época de las luchas entre tribus se dirime
durante el verano hasta la recogida de las cosechas en otoño en que cada bando
se vuelve a sus hogares allende las colinas. Pero ese ejército semi profesional
acaba siendo innovado en tiempos de la república de la mano de nuevos generales
como Cayo Mario, Pompeyo, Julio César… además de la necesidad de tener más
disponibilidad de soldados debido a que Roma ha crecido y ya llega más allá de
Grecia y Oriente. El ser soldado, legionario para más seña, se convierte en una
carrera, un empleo estable, al que acuden los ciudadanos de cualquier
extracción. Esto permite un ejército más disciplinado y perfecto que ya sueña
con domeñar el mundo entero. Esta máquina de guerra ira perfeccionándose al
llegar el Imperio, aunque poco a poco, producido por los vaivenes políticos y
la presión en las fronteras debido a la invasión de los pueblos “bárbaros”, hará
que este ejército comienza a entrar en decadencia hasta la misma caída de Roma
en el 476 d. C.
Pero antes de
que esto ocurra la legión romana fue el orgullo de los hijos del Tíber. De
nuevo la autora se zambulle, esta vez en el interior de ellas mismas acercándonos
a su composición a partir de los rangos que ocupara el soldado ya sea desde un
simple mílite, pasando por el de centurión, tribuno o legado, por poner un
ejemplo; cómo eran éstos disciplinados para luchar hasta el punto de llegar a
obtener una coordinación perfecta en pleno combate a través de las distintas formaciones que se produjeran ya
fuera frente al enemigo germano, parto, galo o huno, por poner otro ejemplo. Incluso sorprende que uno de los
elementos que cohesionaban a los legionarios, además de las banderas, estandartes
o águilas enhiestas en sus altos mástiles, fuera la música que se producía en
plena batalla o simplemente para moverse y desfilar.
Aun así las
legiones no se establecían en campo abierto sin más sino que en cada parada
éstas construían sus propios campamentos ya fueran temporales o permanentes.
Aquí Begoña Fernández Rojo, nos coge de la mano y junto a ella atravesamos las
puertas de uno de estos campamentos y, como si fuera un cicerone particular,
nos adentra en un mundo de lo más fascinante. Vemos como en primer lugar se
decidía donde construirlos, los materiales y estructura de estos campamentos,
dependiendo de la finalidad que tuvieran, y la forma en que se levantaban. El
interior de estos campamentos no estaba estructurado a la buena de Dios sino
que el mismo esquema se repetía en todos ellos a lo largo del Imperio hecho que
facilitaba sobremanera la organización del soldado en cuanto tenía que entrar
en alguno de ellos. Además podremos ver los distintos espacios, desde el más
noble en el centro en el que se alojaba el legado, hasta los barracones más
humildes donde pernoctaban grupos de ocho legionarios. Veremos por donde
entraban y salían las legiones, los lugares de reunión, administración y la
rutina de entrenamiento que realizaban dentro de estos grandes centros. Vale la
pena dejarse llevar por la autora porque este mundo cerrado nos va a
sorprender. Aun así también aprenderemos que los legionarios no estaban todo el
día entrenando o centrados en alguna batalla jugándose el cuero por su
emperador, pues también había momentos para el ocio, ya fuera jugando a los
dados en las tabernas o en algún antro fuera de los límites del campamento.
Sabremos lo que les pagaban, la rutina diaria que llevaba, la relación
epistolar que mantenían con sus familiares, y si alguno conseguía salvar su
vida durante años el tipo de jubilación o premios que conseguían.
Otro de los
puntos fuertes de este ensayo es la descripción pormenorizada de la equipación
del soldado romano a través de las distintas épocas ya fuera en la República o
en el Imperio. Interesante es la evolución de las espadas, más cortas al
principio para apuñalar al rival tipo gladius
hasta la enorme spatha tardorromana
con la que dar tajos a diestro y siniestro a los enemigos. Veremos cómo eran
las corazas, las diestras y afiladas pilum
o el tipo de escudos que portaban. También aprenderemos el distinto tipo de armamento
que llevaban los soldados ya fueran el cuerpo principal como los auxiliares
extranjeros o el tipo de máquinas de guerra que utilizaban para doblegar las
ciudades o barcos contrarios. El análisis que hace de cada parte es muy
interesante y detallado desde el casco del legionario hasta las sandalias que
le llevaban a conquistar cualquier parte del mundo conocido.
El mundo de la
legión romana y sus campamentos es enorme y en ella la vida corría de forma
vibrante como la de un hormiguero. Podría parecer que solo había sitio para
todo lo relacionado con lo militar pero en un lugar en el que halo de la muerte
impregnaba desde los muros hasta las espadas del más simple legionario el ámbito
de la religión también era muy importante. En Breve Historia de la legión romana también hay sitio para conocer cuáles
eran las deidades a las que confiaba la vida el soldado temeroso del más allá y
de los lugares donde practicar el culto ya fuera a los dioses principales como
a las deidades familiares. En el campamento había sitio para todas las deidades
pues los legionarios eran de distintos lugares de procedencia aunque sobre todo
había sitio para la veneración al propio emperador, el cual incluso, a veces
era llevado en efigie a la batalla para que fuera testigo y ganador del
combate. De resultas de esta información que nos ofrece la autora podremos ver
el mundo funerario y las necrópolis y lo tipos de tumbas que alojaban el último
descanso de los combatientes.
Las legiones
romanas eran entidades vivas. Cada una de ellas numeradas, con sus símbolos
propios de animales y seres mitológicos era el orgullo de cada legionario. Los
campamentos no solo eran enclaves aislados sino que a raíz de ellos surgieron
poblados aledaños y ciudades posteriormente como por ejemplo la ciudad española
de León, nacida del asentamiento ocasionado por la Legio VII Gemina. Todavía en
ellas, en sus murallas y grandes almenas, en su trazado y composición, podemos
ver el esquema de cómo era el campamento. Gracias a este gran trabajo realizado
por la escritora Begoña Fernández Rojo podremos ver cómo era la vida de
aquellos campamentos y la vida militar e intima de los guerreros que vivían en
ellos. Un ensayo riguroso, con una buena base documental, que nos hará ver un
universo castrense de la antigüedad desde un punto de vida histórico y arqueológico
muy certero a la vez que humano.