La primera
impresión que tenemos cuando se nos habla de Esparta y de sus ciudadanos -
soldados es la de unas personas sometidas a unas duras condiciones de vida y
comprometidas con el espíritu de sacrificio que imponían sus leyes. Y es verdad
pues no erramos ni un centímetro si pensamos de esta manera. El inspirador de
este tipo de vida fue el legislador
espartano Licurgo quien se empecinó en imponer este tipo de enseñanzas a su
pueblo. Al principio hubo alguna reticencias por parte de un sector de la
población por aceptar este estilo de vida tan sacrificado por lo que Licurgo
propuso que estas nuevas leyes se pusieran a prueba durante cierto tiempo y que
si pasado ese periodo no quedaban contentos tenían todo el derecho a abolirlas.
Pero, eso sí, nunca antes de que él volviera de su periplo por otras tierras.
Dicho esto se fue hasta el santuario de Delfos y allí hizo una pequeña “trampa”
para que sus leyes siempre estuvieran presentes entre los espartanos. Nada más
llegar allí se encerró en uno de sus múltiples
templos y se dejó morir de hambre y, por tanto, como nunca pudo volver a
Esparta sus leyes nunca pudieron ser derogadas.