viernes, 26 de agosto de 2011

EL HOMBRE PEZ DE LIÉRGANES



Menudo susto se tuvieron que llevar en 1679 dos esforzados pescadores gaditanos al izar las redes para ver la pesca del día. Esperaban encontrar un rollizo atún, un inconsciente pulpo, o unas sardinitas bien fresquitas, pero lo que nunca pensarían ver entre la maraña de redes y algas es a un ser humano enredado entre sus redes. Repuestos del susto observaron que era una joven vigoroso y pelirrojo, con escamas en algunas partes de su cuerpo (columna vertebral, costados, esternón y vientre), y en el que destacaba por encima de todo una especie de membrana entre los dedos de los pies y de las manos semejante a la que permite andar y nadar a los palmípedos.

Rápidamente lo llevaron a un convento franciscano para que fuera estudiado por la Santa Inquisición. Encerrado en una celda el desgraciado hombre-pez parecía que iba a morir y solo encontraba solaz cuando algún monje le echaba por encima un cubo de agua bien fresquita. Pasado un tiempo acertó a decir a los religiosos una palabra…

-¡Liérganes!

Los investigadores se agarraron al único hilo que podía desentrañar el enigma de este hombre y pronto supieron que se llamaba Francisco de la Vega Casar y era natural del pueblo que apenas sabia pronunciar. Parece ser que era una persona que desde muy pequeñito le encantaba nadar permaneciendo grandes ratos sumergido bajo el agua de los ríos. Un día, la víspera de San Juan se lanzó al mar Cantábrico y nunca se volvió a saber de él.

En 1680 los frailes lo llevaron a su pueblo y después de ser reconocido por sus familiares volvió a vivir en un hogar. Pero lo que parecía un encuentro feliz pronto se convirtió en una pesadilla para el pobre Francisco. No tenía contacto con los humanos que continuamente se reían de él; sólo pronunciaba dos palabras: tabaco y pan; únicamente dormía boca abajo en su habitación y se alimentaba de carne fresca sin guisar aliñado con pescados crudos recién cogidos del agua. Un día asqueado de su situación y de sentirse fuera de lugar decidió escaparse y se arrojó al río Miera. Nunca más se le volvió a ver.

La historia de este hombre-pez es analizada por el gran polígrafo Feijoo el cual disecciona con toda verosimilitud esta leyenda. En cambio otros estudiosos como por ejemplo el doctor Marañón opinan que Francisco de la Vega Casar sufría una triste enfermedad llamada ictiosis o cretinismo (no confundir con la palabra cretino sino con una enfermedad de la glándula tiroidea, la cual provoca un retardo en el crecimiento físico y mental) Aun así a pesar de los dictámenes fisiológicos hay que admitir que aquel hombre-pez consiguió una libertad que le devolvió su vida sintiéndose como un verdadero pez en el agua.