Carlos V, el gran emperador del Sacro Imperio Románico Germánico, fue un personaje al que muchos historiadores consideran que tenía un pie en el pragmatismo de la modernidad y otro en el idealismo de la Edad Media. Una de sus acciones nos revela el verdadero carácter de este gran hombre. Corría el año de 1530 cuando Tiziano recibió en Bolonia la visita del Emperador en su mismo taller para que le pintara un retrato. Por aquella época era normal que los grandes artistas recibieran los encargos reales a través de mensajeros, por lo que la visita de Carlos V pilló al pintor desprevenido. ¿Cuál fue el motivo por el que decidió visitar la humilde morada del artista? Unos dicen que porque Tiziano era el mejor pintor de la Italia renacentista, y que no tenía ningún perjuicio en plasmar una jocosa escena mitológica, un excelso paisaje o ahondar en el más puro sentimiento religioso. En cambio otros historiadores del arte creen que era porque el gran emperador de medio mundo deseaba ver como se desenvolvía un artista en su propio taller.
Sea cual sea el motivo, ahí tenemos a dos gigantes de la Historia frente a frente. Como he comentado anteriormente la visita real había intimado bastante a Tiziano, ya que cuando estaba intentando mezclar dos colores, fue tal su nerviosismo que se le resbaló de la mano uno de los pinceles. Sin que nadie interviniera fue rodando y rodando hasta los pies del emperador que para asombro de todos se agacho y lo acercó a un Tiziano que, como todos los que estaban a su alrededor, se había quedado de piedra. La comitiva estaba perpleja pues nunca los reyes habían tenido la obligación de agacharse a coger un pincel, ni se habían arrodillado ante un artista por muy famoso que este fuera. Mientras Tiziano alargaba la mano para coger el pincel uno de los prohombres que rodeaban a Carlos V recriminó en alto esta acción, pero el éste en vez de enojarse por ser reprendido se acercó al artista y mirándole a los ojos dijo con voz alta e imperiosa:
Bien merece Tiziano que el César le sirva, pues cuando pasen los siglos ya nadie se acordará de nosotros mientras que sus pinturas pasaran a la eternidad y serán inmortales.
Fue la primera vez que la política reconocía su admiración por el arte y se arrodillaba ante él.