jueves, 25 de abril de 2013

¡ABAJO LAS BARBAS!



El gran Zar Pedro el Grande, después de volver de su gran Embajada por toda Europa (que hizo de incógnito vestido a veces como criado) nada más llegar a Rusia lo primero que hizo fue reunir a todos los cortesanos para comunicarles los grandes avances técnicos que había visto y los grandes proyectos que pensaba hacer en la Madre Patria. Pero cuando todos estaban allí, el zar, de repente, se levantó de su trono y con una maquina de afeitar en mano agarró al primer boyardo (alta nobleza próxima al soberano) que vio y sin previo aviso le cortó la barba. Todos se quedaron estupefactos, pero nadie protestó. Y así sin que nadie le dijera nada siguió afeitando a todas las personas que tuvieran barba hasta que, exhausto, cerró la barbería. No es que el zar se hubiera vuelto loco sino que veía en el uso de las barbas un síntoma de retraso que había que erradicar rápidamente.

Pero no todo el mundo quedó satisfecho con esta nueva medida pues una gran mayoría de personas, (los barbados, por supuesto) vieron en este hecho un claro ataque contra una de las grandes tradiciones rusas y ortodoxas, ya que el pelo en la cara era un símbolo de masculinidad y dignidad de ese país. Ya lo decía claramente un dicho eslavo:

Dios no creó al hombre sin barba: sólo a los gatos y a los perros.

Aun así Pedro el Grande se mantuvo en sus trece y solo permitió que los campesinos y los curas llevaran barba, lo que produjo una clara ruptura de clases. En 1705 el zar cedió algo en su determinación al permitir de nuevo llevarla pero con la condición de que los que quisieran llevarla debían pagar un impuesto de 100 rublos.

El soberano no se limitó a esta ley antibarbas sino que la extendió a otros ámbitos de la sociedad. Por ejemplo prohibió las largas mangas en los trajes tradicionales; cambió la moneda; y modificó el calendario que estaba fijado en ese momento, el bizantino, que contaba los años desde la creación del mundo. Lo cambió por el cristiano que los cuenta desde el nacimiento de Jesús. Para ello se fijó en el calendario juliano que había en Inglaterra, lo que, sin querer, produjo un desfase de días con respecto al que imperaba en la mayoría de Europa. Fallo que no se corrigió hasta la Revolución de 1917.

Pero una de sus aficiones más desconocidas era que le encantaba sacar muelas a sus más allegados. Llegó a coleccionar hasta 400 piezas, por lo que mucha gente le conocía como el Zar Dentista. A Pedro el Grande le encantaban las cosas curiosas, y es por ello que en 1714 inauguró en San Petersburgo el famoso Museo Kunstkamera, también conocido como “El Museo de los Horrores”. Allí se podían ver desde artefactos extraños, animales exóticos hasta un buen número de rarezas anatómicas como siameses momificados, gente deformada o fetos embotellados