Sostenemos que estas verdades son sagradas e innegables, que todos los
hombres son creados iguales e independientes, que a partir de su creación en
igualdad se les han conferido derechos inherentes e inalienables, entre los que
están la preservación de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
(“Declaración de Independencia” – Thomas Jefferson)
Cuando nuestros
ancestros posaron por primera vez su rostro en el horizonte y comenzaron a
preguntarse el por qué de las cosas naturales que le rodeaban, fue entonces
cuando nació la filosofía. Y en el mismo momento en que vieron con sus ojos su
propio entorno familiar fue entonces también cuando vio la luz la Utopía: el
deseo inherente en cualquier ser humano de vivir en un mundo mejor y perfecto
en que no exista fatiga innecesaria ni sombra de hambruna pertinaz. Pero el
camino que ha llevado la sociedad en su búsqueda de esa utopía ha sido tortuosa
a lo largo de la historia pues muchas las teorías y pensadores que han querido
hallar un mundo ideal. Es por ello que hemos de estar de enhorabuena por la
aparición del libro Breve Historia de la
Utopía, de Rafael Herrera Guillén, ya que nos ilustra sobre la búsqueda de
la felicidad y de una sociedad mejor.
El autor
comienza su trabajo desde la antigüedad, desde la misma percepción mística de
la pérdida del Edén. Ya entonces el hombre se siente arrojado más allá de las
rejas del jardín de las delicias. Las mitologías judías y grecorromanas hacen
sentir nostalgia al hablarnos de las maravillas de Dios o de las que había en
la Edad de Oro que tan fantásticamente son mencionadas por Hesiodo. Pero ya en
la Edad Clásica empiezan a aparecer pensadores que postulan la búsqueda de un
mundo justo y bien organizado a través del propio hombre, como por ejemplo
Platón con su República, o los filósofos
helenísticos Evemero o Yambilo. Con la
llegada del cristianismo se sigue la búsqueda de la utopía, aunque desde un
enfoque distinto pues ya no es la mezcla de lo mítico con la esencia humana lo
que conduce a una sociedad plena, sino la implantación del reino de Cristo en
la Tierra lo que hará al creyente ser feliz. En esta nueva sociedad destaca San
Agustín con su obra La Ciudad de Dios
en la que nos describe una ciudad perfecta, muy estratificada, que se plasmará
en la Tierra.
Esta es la
tendencia que imperará durante toda la Edad Media. Pero a partir del
Renacimiento Dios ya no es el centro del Universo, sino el hombre. Al igual que
el hombre de Vitrubio, todo gira en torno suyo. Tomas Moro, con su fina ironía
de humanista plasmada en Utopía, o
Erasmo de Rótterdam, hablan de un nuevo ser que ha de buscar el mundo ideal por
su propia educación que sea también ejemplo a los demás. Siguiendo nuestro
camino a lo largo de la Historia, Rafael Herrera Guillén, hace parada en el Barroco
en donde autores como Francis Bacon o Tomas Campanella propugnan una nueva utopía:
la utopía científica en donde la ciencia otorga conocimiento con lo que hombre
podrá ser más feliz en su sociedad y obtener de este modo más poder. A partir
del siglo XVIII la Diosa Razón, de la mano de utopía científica y unida al buen salvaje de Rousseau, será quien
defina los parámetros de la utopía, pero siempre desde un plano individual.
Será desde la
Revolución Francesa cuando las utopías exploten por todo el mundo y se centren
sobre en colectividades, ya sea desde un punto de vista socialista en su
vertiente utópica, anarquista, totalitaria… y actualmente con los movimientos pacíficos
en los años 60 o del 15 M. Como podemos observar, cada cultura o movimiento
histórico ha buscado una forma de sociedad superior, mejor, una vuelta al
paraíso perdido, y aunque desgraciadamente no se ha logrado, a través de sus
trabajos se han dejado pistas o herramientas para que algún día podamos volver
a la Edad de Oro. Les invito a que ojeen Breve
Historia de la Utopía y descubran de manera didáctica y entretenida la
narración de cómo y de qué maneras se han buscado con ahínco el sueño de la
felicidad.