Se llama así al
tipo de cielos que plasmó Diego Rodríguez de Silva y Velázquez en sus cuadros.
Destacan por el color azul algo pálido y un buen número de nubes de distintas
clases como cirrostratos o altoestratos. Hay quien cree que estos cielos tan
peculiares se deben a que el polvo de lapislázuli que utilizaba el sevillano
era bastante caro y lo racionaba junto con pintura gris o diluía en agua para
que le durara más. Aunque también se piensa que Velázquez los pintaba así
debido a algo que estaba por encima de él: el clima. Parece ser que en el siglo
XVII hubo una especie de Pequeña Edad de Hielo en el que predominaron las
temperaturas frías, con días secos. Según noticias de la época se sabe que en
la región de Madrid, en donde el pintor tenía instalado su taller, motivado
por esas temperaturas hubo un aumento
considerable y constante de la nubosidad y de las nieblas.