Según cuenta la
tradición (y a buen seguro lo saben nuestros padres que tanto se lo remacharon
en la escuela) un total de dos: la Tizona y la Colada. La más conocida es la
primera. Su nombre original es “La Tizón” y ya aparece en el Cantar del Mío Cid. Parece ser que
Rodrigo Díaz de Vivar, alias El Cid
(titulo señorial en árabe), alias Campeador,
es decir el que campa o recorre por los campos de batalla, adquirió esta espada
en el botín que consiguió arrebatar al moro Bucar cuando ganó Valencia. Tiempo después
La Tizona pasó en herencia a sus yernos, los Infantes de Carrión, que
demostraron no ser dignos de ella cuando llevaron a las hijas del Cid, doña
Elvira y dona Sol, al robledal de Corpes y, tras atarlas a los árboles, las
fustigaron hasta dejarlas medio muertas. Este episodio es conocido, sobre todo
en literatura, como el de la Afrenta de
Corpes.
Así pues Rodrigo
recuperó su espada y esta vez se la regaló a otra persona de más calidad, en
concreto a su sobrino Pedro Bermúdez. El cual debido a la fama de esta espada
ganaba todos los duelos por renuncia del oponente que no osaban enfrentarse al
dueño de ella, pues la veían tan invencible como la Excálibur del Rey Arturo.
Actualmente, a pesar de las discrepancias de los historiadores, podemos verla
en la Catedral de Burgos. En tal excelso lugar podemos ver una espada que pesa
1,153 kilogramos, y que mide 933 mm por 43 mm de ancho. En el centro de su
acanaladura podemos leer la siguiente leyenda:
IO SOI TIZONA
QUE FUE FECHA EN LA ERA DE MIL E QVARENTA
(Yo soy Tizona que fui hecha en la Era de mil
e cuarenta)… la traducción es obvia.
Mientras que en
la cara opuesta reza el siguiente lema:
AVE MARIA GRATIA
PLENA DOMINUS MECUM
Sea una pieza
más del tesoro que regaló Yusuf ben Texufin al moro Bucar; una espada verdadera
del siglo XI; o una pieza del siglo XV… creo, hemos de admirar tal retazo de
historia y valorarla como se merece, es decir, como un auténtico testimonio de
una época en que las leyendas y la gloria se fundían en el brillo de una
espada.