El 1 de Noviembre de 1755, día de Todos los
Santos, se produjo el mayor desastre natural de la Península Ibérica: El Gran
Terremoto de Lisboa. Según los geólogos este seísmo y posterior maremoto
alcanzó una intensidad de 9 en la escala Richter. Pocos terremotos en la
Historia han devastado con tal potencia una ciudad. Tanta fue la fuerza que no
solo se sintió en Portugal sino también en España, como por ejemplo en las
costas andaluzas, en la extensas regiones de Castilla León y Castilla La
Mancha, Extremadura, y en lugares tan alejados como Cataluña. Fernando VI mandó
hacer un informe de las victimas que había producido este desastre natural y
las cifras que le llegaron fueron escalofriantes: en España murieron unas 5.300
personas, aunque nada comparado con las 90.000 que perecieron en Portugal.
Fueron muy pocos
los lugares de nuestra geografía que se salvaron del temblor de tierra. Donde
más se sintió fue en Andalucía y en Extremadura, al estar ambas zonas pegadas
al país luso. Olas de hasta doce metros de altura recorrieron las costas de
Huelva y Cádiz. Más de 1000 personas murieron en Ayamonte; otras 400
sucumbieron en Lepe, Chiclana de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda, El Puerto
de Santamaría, o Jerez de la Frontera. . En Baeza se hundió la catedral y en
Sevilla, la Torre del Oro, sufrió grandes desperfectos. Tantos que en aquel año
incluso se propuso el derribo de este histórico monumento por el miedo a que se
desplomara y matara a más gente. Fíjense en los graves daños que produjo el
terremoto de Lisboa, que en Coria (Cáceres) se derrumbó parte de la cubierta de
la Catedral.
En la Meseta, en
tierras de Castilla se produjeron daños en muchas casas y monumentos y en
Cataluña se abrió una grieta en la montaña de Montserrat. El impacto de este seísmo
fue tan importante en el imaginario colectivo que todavía hoy se pueden ver,
repartidos por toda la península, un buen número de monumentos que hablan de
esta tragedia, destacando sobre todos el que existe en la plaza del Triunfo de
Sevilla.