Siento decir que muchas veces me pregunté si
sabíamos efectivamente lo que estábamos haciendo. No podía contradecir una a
una las advertencias, puesto que no era un hombre de mar. Pero en reserva tenía
un triunfo en la mano, uno solo, en el cual estaba fundado todo el viaje: sabía
en el fondo de mi corazón que una civilización prehistórica se había extendido
desde el Perú hasta las islas del Pacífico…
Hubo un tiempo
en que el planeta Tierra era gigantesco y misterioso. Las anteriores
civilizaciones que nos han precedido creían ver detrás de cada horizonte un
universo de maravillas y pueblos de costumbres enigmáticas que desbordaban la
imaginación de la gente. Así pues, durante cientos y cientos de años, un buen
número de personas de mente inquieta y corazón valiente llamadas exploradores
se dedicaron a viajar y descubrir qué había detrás del infinito. Poco a poco el
mundo se fue quedando sin aquellos lugares, y curiosamente cuando parecía que
el ser humano ya había visto de todo, a mediados del siglo XX, un joven noruego
llamado Thor Heyerdahl volvió a llevar la esencia de la aventura a los periódicos
y revistas. ¿Qué se proponía? ¿En qué lugar oscuro deseaba clavar su bandera?
Al contrario, más bien planeaba hacer un viaje apasionante para intentar
demostrar a todos que las islas de la Polinesia, alojadas en el inmenso Océano
Pacífico, habían sido colonizadas desde Sudamérica, gracias a balsas que eran
impulsadas mediante las mareas, el viento y las corrientes oceánicas.
Años después de
fascinar al mundo con aquella gesta, Thor Heyerdahl sacó a la luz un libro, La expedición de la Kon – Tiki, del que se vendió
millones de copias convirtiéndole de la noche a la mañana en uno de los clásicos
de aventuras más famosos de la historia. Pero me estoy adelantando en demasía. Rebobinemos
y traslademos la narración a una isla pequeñita del Pacífico conocida como Fatu
Hiva, en el corazón de Las Marquesas. Allí, junto a una hoguera en la playa,
Thor Hayerdahl, junto con su esposa empezó a conocer de boca de un sabio del
lugar las antiguas narraciones que hablaban de cómo Tiki, el hijo del Sol,
había venido desde el Este y se había convertido en el Padre de todos los
polinesios. Además de las leyendas, Thor empezó a darse cuenta de que en
aquella zona había muchos restos arqueológicos que le recordaban a los
abandonados monumentos precolombinos hallados en el Perú y Ecuador. Así pues,
en la mente de aquel inquieto noruego se fue gestando poco a poco la idea de
que tal vez aquellas islas fueron el sitio donde los antiguos “Viracochas”
blancos habían recalado junto con sus balsas tras ser expulsados del continente
americano por culpa de los incas.
Comenzó entonces
una febril investigación arqueológica y antropológica a través de bibliotecas y
archivos pareciendo en todo momento que el destino le brindaba la ocasión de
que fuera él mismo quien comprobara sus afirmaciones volviendo a repetir el
mismo viaje que había hecho Tiki cientos de años atrás. Pero una cosa es soñar
con el viaje y otra realizarlo. Thor Heyerdahl empezó a recopilar opiniones en
Nueva York en lugares donde se reunían aventureros, como por ejemplo el Hogar
de los Marinos o el Club de los Exploradores, y comprobar por fuentes más
fidedignas si era o no posible cruzar el inmenso Océano Pacífico a bordo de una
simple balsa. Unos le llamaron loco, mientras que otros solo le daban simples
palmaditas en la espalda. Y, aunque parezca que eso solo podía llevarle a la
desesperación, cada problema parecía le hacia esforzarse más. Pronto comenzó a
llegarle la recompensa y los prestamos, donaciones privadas y ayudas
gubernamentales como la de la Intendencia de Guerra de Estados Unidos
consiguieron que su sueño empezara ha hacerse realidad.
Después de
recolectar troncos y hacerlos bajar por las corrientes del río Palenque, la balsa,
pronto, fue tomando forma en la Estación Naval de El Callao (Perú). Ésta
consistía en nueve troncos, bautizados cada uno con el nombre de un dios
polinesio, que medían 13,7 metros de largo por 60 de ancho entrelazados
fuertemente con cuerdas de cáñamo. En los laterales se utilizaron troncos de
pino y finalmente, además de una vela con el símbolo barbado de Tiki, también
se le añadió una quilla y espadilla para que fuera más manejable. Y, entonces…
llegó una fecha escrita con letras de oro en el libro de la Historia: el 28 de
Abril de 1947, Thor Heyerdahl, junto a otros cinco colaboradores abandonaban, a
bombo y platillo, el puerto de El Callao para internarse en solitario en la
inmensidad oceánica.
Antes de
proseguir no nos hemos de olvidar de las personas que viajaron en aquella
balsa, pues sin ella esta epopeya no hubiera llegado a buen puerto. Además de
Thor, junto a él se encontraban Erik Hesselberg, experto en navegación, y todo
un artista, pues fue el quien dibujo al barbudo Tiki en la vela. También
estaban Knut Haugland y Torstein Raaby, que además de ser héroes de guerra se
encargaron de la radio; Herman Watzinger, ingeniero y persona encargada de las
observaciones climatológicas; y finalmente el único no noruego de la
expedición, el sueco Bengt Danielsson, sociólogo, interesado en las teorías de
la migración humana, cocinero encargado de racionar las provisiones y traductor
pues era el único que sabía español.
Bueno,
continuemos donde lo dejamos. La Kon – Tiki acababa de abandonar puerto y se encontraba
en medio de las traicioneras aguas. Hay que recordar que ninguno de los que
iban a bordo eran expertos marineros y que además de gozar de la brisa del mar
tuvieron que aprender sobre la marcha a navegar en la famosa corriente
Humboldt, sobre todo con miedo a que los vientos se convirtieran en huracanes o
que los troncos se separaran o chuparan demasiada agua y se hundieran. Poco a
poco fueron dominando el asunto, y es en este momento cuando la lectura del
libro se hace preciosa ya que además de narrarnos como era la vida cotidiana también
nos habla de cómo eran las maravillas del mar con sus peces voladores, fosforescencias
nocturnas y las sorpresas que pueden dar una enorme ballena o un hambriento
tiburón que viajen al lado de una endeble balsa.
Al principio el
viaje no era como lo habían imaginado pues la balsa no hacía más que ir hacia
el norte con el peligro de o bien que la contracorriente ecuatorial los llevara
de nuevo hacia tierra, o que al ir continuamente hacía septentrión acabaran en
los temibles remolinos de las islas Galápagos. El ambiente estaba bastante
tenso, pero las mediciones del 9 de Junio levantaron algo más el ánimo pues
demostraban que la Kon – Tiki empezaba a virar hacia el Oeste, en busca del
Sol. Días y días pasaron, hasta que el 7 de Agosto llegaron, (más bien se
empotraron) en el afilado atolón de Raroia, en las Islas Tuamotu. Llegaron, después
de 101 días y 7000 kilómetros, sanos y salvo a tierra, demostrando a todo el
mundo que las migraciones entre Sudamérica y Polinesia eran posibles. Toda una
hazaña.
Aunque tiempo después
las teorías de Heyerdahl no fueron del todo confirmadas, hay que reconocer que
la experiencia, reflejada en su libro fue inolvidable. Esta escrito con un
estilo sencillo, pero de tal manera narrado que sin que uno se de cuenta
introduce al lector en un viaje en el que puede sentir el picor del sol, el
olor a sal y la sensación de navegar hacia la eternidad de principio a fin.