miércoles, 9 de abril de 2014

LA EXPEDICIÓN DE LA KON - TIKI - Thor Heyerdahl



Siento decir que muchas veces me pregunté si sabíamos efectivamente lo que estábamos haciendo. No podía contradecir una a una las advertencias, puesto que no era un hombre de mar. Pero en reserva tenía un triunfo en la mano, uno solo, en el cual estaba fundado todo el viaje: sabía en el fondo de mi corazón que una civilización prehistórica se había extendido desde el Perú hasta las islas del Pacífico…

Hubo un tiempo en que el planeta Tierra era gigantesco y misterioso. Las anteriores civilizaciones que nos han precedido creían ver detrás de cada horizonte un universo de maravillas y pueblos de costumbres enigmáticas que desbordaban la imaginación de la gente. Así pues, durante cientos y cientos de años, un buen número de personas de mente inquieta y corazón valiente llamadas exploradores se dedicaron a viajar y descubrir qué había detrás del infinito. Poco a poco el mundo se fue quedando sin aquellos lugares, y curiosamente cuando parecía que el ser humano ya había visto de todo, a mediados del siglo XX, un joven noruego llamado Thor Heyerdahl volvió a llevar la esencia de la aventura a los periódicos y revistas. ¿Qué se proponía? ¿En qué lugar oscuro deseaba clavar su bandera? Al contrario, más bien planeaba hacer un viaje apasionante para intentar demostrar a todos que las islas de la Polinesia, alojadas en el inmenso Océano Pacífico, habían sido colonizadas desde Sudamérica, gracias a balsas que eran impulsadas mediante las mareas, el viento y las corrientes oceánicas.


Años después de fascinar al mundo con aquella gesta, Thor Heyerdahl sacó a la luz un libro, La expedición de la Kon – Tiki, del que se vendió millones de copias convirtiéndole de la noche a la mañana en uno de los clásicos de aventuras más famosos de la historia. Pero me estoy adelantando en demasía. Rebobinemos y traslademos la narración a una isla pequeñita del Pacífico conocida como Fatu Hiva, en el corazón de Las Marquesas. Allí, junto a una hoguera en la playa, Thor Hayerdahl, junto con su esposa empezó a conocer de boca de un sabio del lugar las antiguas narraciones que hablaban de cómo Tiki, el hijo del Sol, había venido desde el Este y se había convertido en el Padre de todos los polinesios. Además de las leyendas, Thor empezó a darse cuenta de que en aquella zona había muchos restos arqueológicos que le recordaban a los abandonados monumentos precolombinos hallados en el Perú y Ecuador. Así pues, en la mente de aquel inquieto noruego se fue gestando poco a poco la idea de que tal vez aquellas islas fueron el sitio donde los antiguos “Viracochas” blancos habían recalado junto con sus balsas tras ser expulsados del continente americano por culpa de los incas.

Comenzó entonces una febril investigación arqueológica y antropológica a través de bibliotecas y archivos pareciendo en todo momento que el destino le brindaba la ocasión de que fuera él mismo quien comprobara sus afirmaciones volviendo a repetir el mismo viaje que había hecho Tiki cientos de años atrás. Pero una cosa es soñar con el viaje y otra realizarlo. Thor Heyerdahl empezó a recopilar opiniones en Nueva York en lugares donde se reunían aventureros, como por ejemplo el Hogar de los Marinos o el Club de los Exploradores, y comprobar por fuentes más fidedignas si era o no posible cruzar el inmenso Océano Pacífico a bordo de una simple balsa. Unos le llamaron loco, mientras que otros solo le daban simples palmaditas en la espalda. Y, aunque parezca que eso solo podía llevarle a la desesperación, cada problema parecía le hacia esforzarse más. Pronto comenzó a llegarle la recompensa y los prestamos, donaciones privadas y ayudas gubernamentales como la de la Intendencia de Guerra de Estados Unidos consiguieron que su sueño empezara ha hacerse realidad. 




Después de recolectar troncos y hacerlos bajar por las corrientes del río Palenque, la balsa, pronto, fue tomando forma en la Estación Naval de El Callao (Perú). Ésta consistía en nueve troncos, bautizados cada uno con el nombre de un dios polinesio, que medían 13,7 metros de largo por 60 de ancho entrelazados fuertemente con cuerdas de cáñamo. En los laterales se utilizaron troncos de pino y finalmente, además de una vela con el símbolo barbado de Tiki, también se le añadió una quilla y espadilla para que fuera más manejable. Y, entonces… llegó una fecha escrita con letras de oro en el libro de la Historia: el 28 de Abril de 1947, Thor Heyerdahl, junto a otros cinco colaboradores abandonaban, a bombo y platillo, el puerto de El Callao para internarse en solitario en la inmensidad oceánica.

Antes de proseguir no nos hemos de olvidar de las personas que viajaron en aquella balsa, pues sin ella esta epopeya no hubiera llegado a buen puerto. Además de Thor, junto a él se encontraban Erik Hesselberg, experto en navegación, y todo un artista, pues fue el quien dibujo al barbudo Tiki en la vela. También estaban Knut Haugland y Torstein Raaby, que además de ser héroes de guerra se encargaron de la radio; Herman Watzinger, ingeniero y persona encargada de las observaciones climatológicas; y finalmente el único no noruego de la expedición, el sueco Bengt Danielsson, sociólogo, interesado en las teorías de la migración humana, cocinero encargado de racionar las provisiones y traductor pues era el único que sabía español.

Bueno, continuemos donde lo dejamos. La Kon – Tiki acababa de abandonar puerto y se encontraba en medio de las traicioneras aguas. Hay que recordar que ninguno de los que iban a bordo eran expertos marineros y que además de gozar de la brisa del mar tuvieron que aprender sobre la marcha a navegar en la famosa corriente Humboldt, sobre todo con miedo a que los vientos se convirtieran en huracanes o que los troncos se separaran o chuparan demasiada agua y se hundieran. Poco a poco fueron dominando el asunto, y es en este momento cuando la lectura del libro se hace preciosa ya que además de narrarnos como era la vida cotidiana también nos habla de cómo eran las maravillas del mar con sus peces voladores, fosforescencias nocturnas y las sorpresas que pueden dar una enorme ballena o un hambriento tiburón que viajen al lado de una endeble balsa.


Al principio el viaje no era como lo habían imaginado pues la balsa no hacía más que ir hacia el norte con el peligro de o bien que la contracorriente ecuatorial los llevara de nuevo hacia tierra, o que al ir continuamente hacía septentrión acabaran en los temibles remolinos de las islas Galápagos. El ambiente estaba bastante tenso, pero las mediciones del 9 de Junio levantaron algo más el ánimo pues demostraban que la Kon – Tiki empezaba a virar hacia el Oeste, en busca del Sol. Días y días pasaron, hasta que el 7 de Agosto llegaron, (más bien se empotraron) en el afilado atolón de Raroia, en las Islas Tuamotu. Llegaron, después de 101 días y 7000 kilómetros, sanos y salvo a tierra, demostrando a todo el mundo que las migraciones entre Sudamérica y Polinesia eran posibles. Toda una hazaña.

Aunque tiempo después las teorías de Heyerdahl no fueron del todo confirmadas, hay que reconocer que la experiencia, reflejada en su libro fue inolvidable. Esta escrito con un estilo sencillo, pero de tal manera narrado que sin que uno se de cuenta introduce al lector en un viaje en el que puede sentir el picor del sol, el olor a sal y la sensación de navegar hacia la eternidad de principio a fin.