jueves, 24 de abril de 2014

LAS SÁDICAS REPRESENTACIONES DE CHARENTON



Entre escándalo y escándalo el marqués de Sade se pasó la mitad de su vida encerrado en distintas cárceles y presidios, como por ejemplo en el Castillo de Lacoste, la prisión de Viccenes o en las famosas mazmorras de La Bastilla. Todos y cada uno de estos lugares tuvieron la, podríamos decir, suerte de haber alojado a uno de los genios malditos más importantes de la literatura universal. Pero donde dejó su impronta más grande fue en la morada donde pasó sus últimos años de vida: El manicomio de Charenton.

En 1801, cuando Napoleón era todavía primer cónsul de Francia mandó arrestar al autor de Justine al considerarlo el “libro más abominable que haya creado la imaginación más depravada”. De inmediato fue llevado al manicomio de Charenton con el pretexto de que sufría “demencia libertina”, pero gracias a la importancia de su familia y a los 3000 francos anuales que le hacían llegar, el trato dentro de aquel recinto fue excelente. Le daba tiempo a escribir y a pasear por los alrededores pareciendo que estaba más en un hotel que recluido de por vida. Además tuvo la suerte de convertirse en el director de una novísima terapia que se estaba aplicando a los enfermos y que consistía en ensayar y representar obras teatrales de grandes dramaturgos franceses como Moliere, Corneille, Racine, e incluso piezas propias en las que alternaba el tema filosófico con escenas bastante subidas de tono.

Los participantes de aquellas obras con las que el manicomio también sacaba unos ingresos extras, eran los propios enfermos, actores profesionales venidos de todos los rincones del país, bailarines de París e incluso una vez tuvieron como invitada a una estrella de la ópera, Madame Saint-Aubin. La gente hacía cola para ver las piezas teatrales llegándose a las manos para conseguir una entrada. El público lo formaban enfermos no peligrosos e invitados muy selectos de la alta sociedad parisina.

Pero estas representaciones duraron poco ya que el marques de Sade siempre le ponía mucho picante. Cuando rondaba los 70 años fueron prohibidas, y como casi ya no le dejaban escribir fue cayendo en una profunda depresión. De resultas de ello murió en una fría mañana de 1814.