Fueron
construidos entre el 605 a.C y el 562 y desde que la vieron los griegos las
consideraron como una más de las Siete Maravillas del mundo antiguo. Las mandó
levantar el gran rey Nabucodonosor II como prueba de amor hacia su esposa
Amitis, ya que ésta añoraba en demasía las bellas montañas de su Persia natal,
y no a Semiramis como dice la leyenda popular. Los Jardines Colgantes se hallaban
alojados junto a la muralla y se elevaban unos 50 metros a base terrazas de mayor
a menor pudiéndose llegar a la más pequeña gracias a una gran escalera. Para
que las plantas pudieran sobrevivir recibían el agua del mismo río Éufrates haciendo
que el verdor fuera perenne en cualquier época del año, a lo que hay que añadir
que cada terraza estaba sostenida por una multitud de columnas huecas rellenas
de tierra en las que estaban las raíces de los árboles y las plantas. Una de
las cosas que maravilló a Alejandro Magno al entrar en la mítica Babilonia fue
observar el complicado y estudiado sistema de riego que existía en cada terraza
el cual permitía llevar el agua desde el río hasta la cima.
Los Jardines
Colgantes sobrevivieron a guerras y conspiraciones pero en el 126 a. C
desaparecieron cuando los persas conquistaron la ciudad destruyendo uno de las
grandes logros de la raza humana.