España siempre
ha sido un país obsesionado por venerar las reliquias de los santos. Desde la
Edad Media, ricos y pobres en le Península Ibérica ha hecho lo imposible por
conservar o retener dentro de sus iglesias cualquier trozo de hueso para
mostrarlo a sus fieles y de esta manera ganar prestigio. Uno de los santos más
zarandeados y vapuleados ha sido el santo patrono de Madrid, San Isidro quien
ha lo largo de los siglos ha viajado de un lugar a otro de la capital a las
casas de los más poderosos que han querido beneficiarse de sus santas
cualidades. La obsesión por tener algún hueso de este santo ha sido tan grande
que muchos reyes y reinas se han querido quedar con ellos. Por ejemplo se dice
que en el siglo XIV la esposa de Enrique II de Trastámara quiso arrancarle el
brazo entero para llevárselo a palacio. E incluso Carlos III, a pesar de ser un
monarca ilustrado, también quiso beneficiarse de los poderes del santo y para
ello no dudó en compartir su lecho con la momia de San Isidro para que le
curara una enfermedad.
Pero esta locura
idólatra no supera lo que pasó en el reinado de los Reyes Católicos cuando Isabel
de Castilla decidió viajar a Madrid para rezar al santo labrador. Mientras la
reina y varios miembros de la Corte se postraban ante la efigie de San Isidro,
una de sus damas se acercó al catafalco y al ver que los demás estaban
ensimismados en sus plegarias acercó su boca a los dedos del pies y fingiendo
un beso, de un rápido mordisco se llevó entre sus dientes el dedo pulgar del
pie derecho. Según cuenta la leyenda cuando la comitiva abandonaba Madrid, al
intentar cruzar el Manzanares los caballos no quisieron seguir y aunque se les
azuzó para continuar no consiguieron moverles un centímetro. Al instante se
descubrió el motivo de aquel milagro cuando la
dama sacó de su equipaje aquel dedo huesudo. Rápidamente la reina ordenó
que devolvieran la reliquia de vuelta a la ciudad y la metieran en un saquito
de terciopelo que pusieron alrededor de su cuello. Pero pasaron los siglos y aquel
saquito se perdió sin saberse a donde había ido a parar. Actualmente a San
Isidro todavía le falta el dedo pulgar del pie derecho y así quedará para la
eternidad.