La triste lacra
de la esclavitud africana no se produjo solamente en América del Norte, como
hemos visto tantas veces en el cine y en la literatura, sino que su
introducción se produjo unos siglos antes en el centro y sur del continente
americano de la mano de los portugueses y españoles, primeros ejercer este
terrible oficio. Cuentan las crónicas que posiblemente el primer negro que pisó
las tierras del Nuevo Continente fue un esclavo que llevó consigo Cristóbal
Colón en su segundo viaje de descubrimiento (1493).
Debido a las
enfermedades que los europeos habían llevado a las nuevas tierras descubiertas,
como la viruela, o los desmanes que los conquistadores habían ejercido sobre
los indios, la mortalidad de éstos era muy grande, por lo que los españoles que
ya vivían allí empezaron a demandar esclavos más fuertes para que les ayudaran a cultivar sus posesiones.
Estas peticiones fueron escuchadas por el emperador Carlos V quien, retomando
unas prerrogativas ya hechas por su abuelo Fernando el Católico, permitió que
en agosto 1518 un amigo saboyano suyo
llamado Laurent de Gouvenot pudiera mercadear unos 4000 esclavos africanos con
destino a sus posesiones de Ultramar durante cinco años. Es por ello que la
conocida Gran Compañía de Alemanes, con la aprobación de la Casa de Contratación
de Sevilla, ejerció el monopolio y traslado de negros por mar durante muchos
años. Nace de esta manera los llamados asientos de negros que esencialmente
regulan el negocio de la esclavitud en la América española.
Los
conquistadores y comerciantes de la zona, es obvio, acogieron con sumo agrado
esta medida pues gracias a ella ahora tenían una materia prima más fuerte y
resistente con las que conseguir muchas más riquezas. Un ejemplo de ello es el
nacimiento de la fértil industria azucarera en Puerto Rico, o en las minas de
oro de Jagua (Cuba). Pero la codicia es un animal insaciable pues al poco
tiempo aquellos explotadores quisieron que aumentase el tráfico de esclavos. Se
sabe que en 1530 el obispo de Santo Domingo mandó una carta al rey de España
explicando que en su isla y en Puerto Rico era urgente que se enviasen más africanos
para cubrir las necesidades de sus conciudadanos. Y por ello solicitaba que se
abriera el mercado permitiendo que se pudiera mercadear con esclavos sin
licencia sin trabas burocráticas.