miércoles, 18 de junio de 2014

LOS ASIENTOS DE NEGROS



La triste lacra de la esclavitud africana no se produjo solamente en América del Norte, como hemos visto tantas veces en el cine y en la literatura, sino que su introducción se produjo unos siglos antes en el centro y sur del continente americano de la mano de los portugueses y españoles, primeros ejercer este terrible oficio. Cuentan las crónicas que posiblemente el primer negro que pisó las tierras del Nuevo Continente fue un esclavo que llevó consigo Cristóbal Colón en su segundo viaje de descubrimiento (1493).

Debido a las enfermedades que los europeos habían llevado a las nuevas tierras descubiertas, como la viruela, o los desmanes que los conquistadores habían ejercido sobre los indios, la mortalidad de éstos era muy grande, por lo que los españoles que ya vivían allí empezaron a demandar esclavos más fuertes para que les ayudaran a cultivar sus posesiones. Estas peticiones fueron escuchadas por el emperador Carlos V quien, retomando unas prerrogativas ya hechas por su abuelo Fernando el Católico, permitió que en  agosto 1518 un amigo saboyano suyo llamado Laurent de Gouvenot pudiera mercadear unos 4000 esclavos africanos con destino a sus posesiones de Ultramar durante cinco años. Es por ello que la conocida Gran Compañía de Alemanes, con la aprobación de la Casa de Contratación de Sevilla, ejerció el monopolio y traslado de negros por mar durante muchos años. Nace de esta manera los llamados asientos de negros que esencialmente regulan el negocio de la esclavitud en la América española.

Los conquistadores y comerciantes de la zona, es obvio, acogieron con sumo agrado esta medida pues gracias a ella ahora tenían una materia prima más fuerte y resistente con las que conseguir muchas más riquezas. Un ejemplo de ello es el nacimiento de la fértil industria azucarera en Puerto Rico, o en las minas de oro de Jagua (Cuba). Pero la codicia es un animal insaciable pues al poco tiempo aquellos explotadores quisieron que aumentase el tráfico de esclavos. Se sabe que en 1530 el obispo de Santo Domingo mandó una carta al rey de España explicando que en su isla y en Puerto Rico era urgente que se enviasen más africanos para cubrir las necesidades de sus conciudadanos. Y por ello solicitaba que se abriera el mercado permitiendo que se pudiera mercadear con esclavos sin licencia sin trabas burocráticas.