domingo, 19 de octubre de 2014

EL “POCERO” DE LOS AUSTRIAS



Durante un tiempo los reyes de España no tuvieron una capital fija, pues se movían por toda la Península trasladando su corte allá donde se necesitara. Pero parece que con la venida de los Austrias, Madrid ya se había convertido en el punto neurálgico de la Península. Aun así, hubo un tiempo en que este honor le fue otorgado a otra ciudad, Valladolid que entre 1601 y 1606 ostentó este título. El motivo no fue por motivos prácticos sino todo lo contrario, meramente especulativos. La culpa de ello la tuvo Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, valido oficial de su alteza el rey Felipe III.

Mediante tretas y pretextos sobre que Madrid era una ciudad de pecado y llena de delincuencia convenció al monarca para que trasladara la Corte a Valladolid. Pero lo que no sabía este último es que hacia un tiempo el valido había comprado solares, casas y palacios en la ciudad vallisoletana a un precio irrisorio. Se sabe también que cuando estaba a punto de anunciar el cambio de capitalidad los regidores de Madrid le ofrecieron unos cien mil ducados para paralizar el traslado e incluso los de Valladolid le hicieron una contraoferta para que ésta se llevara a cabo. Prometiendo estudiar el caso, no tuvo problemas para coger el dinero de unos y otros. Después de aquello, en Enero de 1601, resueltos ya todos los temas legales posibles, comenzó la mudanza, y como había estudiado el valido pronto se vio que las casa y lugares señalados para albergar a la Corte eran escasos, por lo que se vio obligado a prestar sus tierras para acoger a todos los funcionarios. Evidentemente a un precio muchísimo más elevado del que había pagado anteriormente. Es decir, en poco tiempo el duque de Lerma, en roman paladino, se forró, convirtiéndose en una de las personas más ricas de España.

E igualmente, cuando vio que el negocio inmobiliario languidecía en Valladolid, volvió a repetir la misma operación pero a la inversa. Previamente compro terrenos y casas en la anterior capital aprovechando la caída de precios que se había producido con el traslado de la Corte, y en 1606 convenció de nuevo al rey para volver a Madrid. Aquello se convirtió en un negocio redondo, digno de alabanza por parte de los actuales especuladores urbanísticos.