Se dice que el
rey persa Darío I, barruntando que la zona de la Jonia estaba a punto de
sublevarse, mandó llamar a Histieo, tirano de Mileto, a la ciudad de Susa.
Pensaba hacerlo consejero suyo para alejarlo de aquella zona conflictiva, pero
éste, a pesar del honor recibido, estaba frustrado ya que deseaba volver a su
tierra para comenzar la rebelión y no podía marcharse sin levantar sospechas.
Así que pensó que si no podía ir alguien de Mileto podría comenzar la
sublevación en su nombre. Para ello debía mandar un mensaje a Aristagoras, un
familiar suyo que en esos momentos era el gobernante sustituto en su ausencia,
para que levantara en armas a toda la Jonia y así poder liberarse del pesado
yugo de la ocupación persa.
La idea era buena,
pero muy difícil de cumplir ya que la distancia que había entre Susa, y la
ciudad de Sardes, la gran capital de Asia Menor, era de 2400 kilómetros. Si
mandaba un mensajero por rutas alternativas podía despertar sospechas, y si en
cambio lo enviaba por la vía real pronto sería interceptado ya que cada cierto
número de kilómetros había controles que vigilaban a los viajeros. Es por ello
que Histieo pensó una manera de lo más curiosa para sortear cualquier
eventualidad. Mandó llamar a un esclavo, al cual le afeitó la cabeza y acto
seguido mandó que le tatuaran en el cuero cabelludo un mensaje. Esperó a que le
creciera el pelo, y cuando ya lo tuvo bastante tupido lo envió a Mileto. Al
llegar allí el esclavo le dijo a Aristagoras que le afeitara la cabeza para que
de esta manera leyese el mensaje cifrado. Y así lo hizo. En el ponía lo
siguiente: “Histieo a Aristagoras: subleva a Jonia”. Este fue el pistoletazo de
salida de un conflicto bélico que pasaría a la historia como Las Guerras
Médicas.