Me pareció escuchar de nuevo el tambor
mientras veía moverse despacio, entre los fuertes y trincheras humeantes en la
distancia, frente a Breda, los viejos escuadrones impasibles, las picas y las
banderas de la que fue la última y mejor infantería del mundo: españoles
odiados, crueles, arrogantes, solo disciplinados bajo el fuego, que todo lo
sufrían en cualquier asalto, pero no sufrían que les hablaran alto.
(Arturo Pérez Reverte, El sol de Breda)
Comienzos de la
Edad Moderna. Europa de Este a Oeste y de Norte a Sur arde en guerras cruentas.
Unos luchan por el oro de una corona, mientras que otros dejan su vida en los
campos de batalla por imponer su religión por encima de las otras. Pero es en
este momento cuando los choques entre ejércitos empiezan a cambiar desde la
Edad Media. Tiempo atrás, sobre todo tras la caída del Imperio Romano, una unidad de combate se convierte en
esencial: la caballería, y en especial el caballero que maneja a su caballo
cual carro de combate del futuro. Lo normal es que en el campo de batalla se
utilice a los jinetes como punta de ataque para arrasar a los infantes que
tengan por delante. Esa era la tónica general, aunque a partir del siglo XIII
se producen una serie de cambios que hacen que los caballeros ya no sean tan
importantes. La infantería comienza a despertar de su letargo y algunas veces
ya comienzan a ganar y a ser decisivos en la victoria final. Un ejemplo de ello
lo vemos en el campo de batalla de Agincourt (1415) donde los arqueros ingleses
destrozaron a la flor y nata de la caballería francesa. Y al igual que pasa
allende los Pirineos en España, futuro estado que se despereza poco a poco de
su largo vagar por la Edad Media, también son los infantes los que empiezan a
ser decisivos en la Reconquista, sobre todo en la Guerra de Granada, donde los
Reyes Católicos han de tomar una a una las ciudades mediante largos asedios en
donde la caballería no es eficaz. Esto hace que los reyes se den cuenta que han
de modernizar su ejército de a pie. Asistimos por tanto al germen de una unidad
militar que pasara a la historia como una de las más valientes y arriesgadas
que han existido: Los Tercios españoles.
La leyenda y épica de estos sufridos guerreros es apasionante y han sido muchos
los que han escrito sobre ella. Yo en concreto les animo a que lean el magnífico
ensayo de Antonio José Rodríguez Hernández, Breve
Historia de los Tercios de Flandes, donde con prosa didáctica nos hablara
sobre esta unidad invencible, como estaba formada y su evolución por una época difícil
de olvidar.
Además de estas
primeras disposiciones hechas al final de la Reconquista, el verdadero germen
de los Tercios hay que buscarlo en la Guerras de Italia donde Gonzalo Fernández
de Córdoba, el Gran Capitán, se convirtió en leyenda al crear un nuevo tipo de ejército,
y ganar para la posteridad una serie de batallas como las de Ceriñola,
Garellano, Bicoca, y tomar territorios como los de Nápoles o Milán. En 1495
tuvo la ocurrencia de juntar en un mismo cuerpo un total de 5000 soldados de infantería,
compuesto de piqueros junto con otros equipados con escudos y tiradores armados
con arcabuces o espingardas. Lo novedoso del asunto es que este cuerpo de ejército
solo tenía un pequeño complemento de jinetes, demostrando de esta manera cual
sería el arma principal de las armas españolas. Pasado el tiempo todos estos
cambios se plasmarían en 1536 con la Ordenanza de Génova, donde Carlos V por fin
crea a los famosos Tercios que tanto darán que hablar en Europa. En un
principio serán solamente tres, llamados Nápoles, Lombardía y Málaga (aunque
posteriormente el primero pasara a llamarse de Sicilia y el tercero Cerdeña).
Habrá más de 72 Tercios pero estos primeros se les conocerán como Tercios
Viejos. En cambio los soldados valones, flamencos o alemanes estarán encuadrados
en regimientos. Lo que todavía no está claro es por qué a esta infantería se le
llama tercio: unos creen que es debido a que estaba compuesto por un tercio de
tiradores; otros en cambio creen que era porque también se la conocía como Legión Tertia; y finalmente hay quienes
que simplifican esta duda indicando que era debido a que fueron tres las
primeras unidades existentes.
La novedad de
estos tercios es que será el primer ejército permanente que existe. Normalmente
los ejércitos se creaban de forma provisional, ya fuera para una batalla o para
un conflicto en el tiempo, preferentemente el verano. Pero la coyuntura
española del momento, en la que debe por un lado guardar sus extensos
territorios y por otro combatir contra los demás, contra todos, hace que el ejército
se convierta en permanente y necesario en todas sus fronteras. ¿ Entonces cómo se formaba? Normalmente un capitán, con una autorización
de rey o de un maestre de campo, plantaba
bandera, es decir ponía un puesto de reclutamiento en donde a ritmo de
tamborcillo llamaba a los viandantes para que se enrolaran en los tercios. Se
les adelantaba una paga para que se compraran el equipamiento correspondiente y
en cambio si ya lo tenían para que se lo gastaran en lo que más quisieran. Después,
tras completar el número de soldados requeridos se formaba una compañía que
primeramente era llevada a Italia para que se foguearan y después llevados a
lugares donde la lucha fuera más encarnizada, como por ejemplo en Flandes (vía
Camino Español), el Mediterráneo o Centroeuropa. El tercio, ya fuera Viejo o de nueva creación,
se formaba en combate con los coseletes o piqueros en primera línea con la
orden de empalar al enemigo en cuanto se acercara. Tras estos se colocaban las
Medias Picas que solo llevaban armadura en el cuerpo. Y al final las Picas
Secas en retaguardia que meramente tenían como protección un yelmo. A los lados
de los piqueros, en ambas esquinas de la unidad o del escuadrón, se colocaban los arcabuceros o tiradores para
apoyar a los piqueros y abatir a la caballería y piqueros contrarios. A estas
esquinas familiarmente se las conoce como mangas.
Es decir que el tercio era un verdadero cuerpo humano mortal donde las picas y
el arcabuz (en 1567 comienza a aparecer el mosquete que era más efectivo) eran
el terror del enemigo.
Antonio José
Rodríguez Hernández, no solo nos habla de temas meramente militares y de las increíbles
victorias que obtuvieron los tercios por media Europa, sino que también se
introduce en la vida de estos guerreros, en como pasaban el tiempo, su pobre
vestimenta y en cómo incluso han influido en el lenguaje al incorporar al
idioma español un buen número de expresiones populares como poner una pica en Flandes, me importa un pito, o irse a la porra… entre otras muy
interesantes. Nos narra cómo eran en el fondo: orgullosos de ser españoles,
arriesgados hasta el suicidio en el combate, valientes como Aquiles en Troya,
pero también muy pagados de sí mismos y puntillosos no solo en el deber sino en
el haber pues uno de los males endémicos que tenían era el retraso de pagas que
conllevaban los temibles motines y posteriores venganzas, como las que
sufrieron varias ciudades de Flandes. A pesar de ello los soldados
pertenecientes a un tercio, ya fuera en tierra o en mar, eran sufridos por
naturaleza, y aunque soportaban como nadie el frio, el hambre y la suciedad de
la pólvora o las trincheras, sabían comportarse en combate como verdaderos
leones pues tenían conciencia desde que se enrolaban nadie les daría tregua
alguna.
Así pues les
animo a que lean Breve Historia de los
Tercios de Flandes, y vean con sus propios ojos el mito de unos hombres que
asumieron la leyenda de invencibles de principio a fin, que tengan valor para
seguirlos por distintos campos de batalla a ritmo de tambor y pífano, y que
aprendan como fueron aquellos hombres que supieron ganarse el honor y la fama a
base de gestos valientes y tan heroicos que todavía hoy siguen siendo ejemplo
para muchos ejércitos de la historia.