domingo, 22 de febrero de 2015

BREVE HISTORIA DE LOS TERCIOS DE FLANDES Antonio José Rodríguez Hernández



Me pareció escuchar de nuevo el tambor mientras veía moverse despacio, entre los fuertes y trincheras humeantes en la distancia, frente a Breda, los viejos escuadrones impasibles, las picas y las banderas de la que fue la última y mejor infantería del mundo: españoles odiados, crueles, arrogantes, solo disciplinados bajo el fuego, que todo lo sufrían en cualquier asalto, pero no sufrían que les hablaran alto.
(Arturo Pérez Reverte, El sol de Breda)

Comienzos de la Edad Moderna. Europa de Este a Oeste y de Norte a Sur arde en guerras cruentas. Unos luchan por el oro de una corona, mientras que otros dejan su vida en los campos de batalla por imponer su religión por encima de las otras. Pero es en este momento cuando los choques entre ejércitos empiezan a cambiar desde la Edad Media. Tiempo atrás, sobre todo tras la caída del Imperio Romano,  una unidad de combate se convierte en esencial: la caballería, y en especial el caballero que maneja a su caballo cual carro de combate del futuro. Lo normal es que en el campo de batalla se utilice a los jinetes como punta de ataque para arrasar a los infantes que tengan por delante. Esa era la tónica general, aunque a partir del siglo XIII se producen una serie de cambios que hacen que los caballeros ya no sean tan importantes. La infantería comienza a despertar de su letargo y algunas veces ya comienzan a ganar y a ser decisivos en la victoria final. Un ejemplo de ello lo vemos en el campo de batalla de Agincourt (1415) donde los arqueros ingleses destrozaron a la flor y nata de la caballería francesa. Y al igual que pasa allende los Pirineos en España, futuro estado que se despereza poco a poco de su largo vagar por la Edad Media, también son los infantes los que empiezan a ser decisivos en la Reconquista, sobre todo en la Guerra de Granada, donde los Reyes Católicos han de tomar una a una las ciudades mediante largos asedios en donde la caballería no es eficaz. Esto hace que los reyes se den cuenta que han de modernizar su ejército de a pie. Asistimos por tanto al germen de una unidad militar que pasara a la historia como una de las más valientes y arriesgadas que han existido: Los Tercios españoles. La leyenda y épica de estos sufridos guerreros es apasionante y han sido muchos los que han escrito sobre ella. Yo en concreto les animo a que lean el magnífico ensayo de Antonio José Rodríguez Hernández, Breve Historia de los Tercios de Flandes, donde con prosa didáctica nos hablara sobre esta unidad invencible, como estaba formada y su evolución por una época difícil de olvidar.

Además de estas primeras disposiciones hechas al final de la Reconquista, el verdadero germen de los Tercios hay que buscarlo en la Guerras de Italia donde Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, se convirtió en leyenda al crear un nuevo tipo de ejército, y ganar para la posteridad una serie de batallas como las de Ceriñola, Garellano, Bicoca, y tomar territorios como los de Nápoles o Milán. En 1495 tuvo la ocurrencia de juntar en un mismo cuerpo un total de 5000 soldados de infantería, compuesto de piqueros junto con otros equipados con escudos y tiradores armados con arcabuces o espingardas. Lo novedoso del asunto es que este cuerpo de ejército solo tenía un pequeño complemento de jinetes, demostrando de esta manera cual sería el arma principal de las armas españolas. Pasado el tiempo todos estos cambios se plasmarían en 1536 con la Ordenanza de Génova, donde Carlos V por fin crea a los famosos Tercios que tanto darán que hablar en Europa. En un principio serán solamente tres, llamados Nápoles, Lombardía y Málaga (aunque posteriormente el primero pasara a llamarse de Sicilia y el tercero Cerdeña). Habrá más de 72 Tercios pero estos primeros se les conocerán como Tercios Viejos. En cambio los soldados valones, flamencos o alemanes estarán encuadrados en regimientos. Lo que todavía no está claro es por qué a esta infantería se le llama tercio: unos creen que es debido a que estaba compuesto por un tercio de tiradores; otros en cambio creen que era porque también se la conocía como Legión Tertia; y finalmente hay quienes que simplifican esta duda indicando que era debido a que fueron tres las primeras unidades existentes.



La novedad de estos tercios es que será el primer ejército permanente que existe. Normalmente los ejércitos se creaban de forma provisional, ya fuera para una batalla o para un conflicto en el tiempo, preferentemente el verano. Pero la coyuntura española del momento, en la que debe por un lado guardar sus extensos territorios y por otro combatir contra los demás, contra todos, hace que el ejército se convierta en permanente y necesario en todas sus fronteras. ¿ Entonces cómo  se formaba? Normalmente un capitán, con una autorización de rey o de un maestre de campo, plantaba bandera, es decir ponía un puesto de reclutamiento en donde a ritmo de tamborcillo llamaba a los viandantes para que se enrolaran en los tercios. Se les adelantaba una paga para que se compraran el equipamiento correspondiente y en cambio si ya lo tenían para que se lo gastaran en lo que más quisieran. Después, tras completar el número de soldados requeridos se formaba una compañía que primeramente era llevada a Italia para que se foguearan y después llevados a lugares donde la lucha fuera más encarnizada, como por ejemplo en Flandes (vía Camino Español), el Mediterráneo o Centroeuropa.  El tercio, ya fuera Viejo o de nueva creación, se formaba en combate con los coseletes o piqueros en primera línea con la orden de empalar al enemigo en cuanto se acercara. Tras estos se colocaban las Medias Picas que solo llevaban armadura en el cuerpo. Y al final las Picas Secas en retaguardia que meramente tenían como protección un yelmo. A los lados de los piqueros, en ambas esquinas de la unidad o del escuadrón,  se colocaban los arcabuceros o tiradores para apoyar a los piqueros y abatir a la caballería y piqueros contrarios. A estas esquinas familiarmente se las conoce como mangas. Es decir que el tercio era un verdadero cuerpo humano mortal donde las picas y el arcabuz (en 1567 comienza a aparecer el mosquete que era más efectivo) eran el terror del enemigo.

Antonio José Rodríguez Hernández, no solo nos habla de temas meramente militares y de las increíbles victorias que obtuvieron los tercios por media Europa, sino que también se introduce en la vida de estos guerreros, en como pasaban el tiempo, su pobre vestimenta y en cómo incluso han influido en el lenguaje al incorporar al idioma español un buen número de expresiones populares como poner una pica en Flandes, me importa un pito, o irse a la porra… entre otras muy interesantes. Nos narra cómo eran en el fondo: orgullosos de ser españoles, arriesgados hasta el suicidio en el combate, valientes como Aquiles en Troya, pero también muy pagados de sí mismos y puntillosos no solo en el deber sino en el haber pues uno de los males endémicos que tenían era el retraso de pagas que conllevaban los temibles motines y posteriores venganzas, como las que sufrieron varias ciudades de Flandes. A pesar de ello los soldados pertenecientes a un tercio, ya fuera en tierra o en mar, eran sufridos por naturaleza, y aunque soportaban como nadie el frio, el hambre y la suciedad de la pólvora o las trincheras, sabían comportarse en combate como verdaderos leones pues tenían conciencia desde que se enrolaban nadie les daría tregua alguna.

Así pues les animo a que lean Breve Historia de los Tercios de Flandes, y vean con sus propios ojos el mito de unos hombres que asumieron la leyenda de invencibles de principio a fin, que tengan valor para seguirlos por distintos campos de batalla a ritmo de tambor y pífano, y que aprendan como fueron aquellos hombres que supieron ganarse el honor y la fama a base de gestos valientes y tan heroicos que todavía hoy siguen siendo ejemplo para muchos ejércitos de la historia.