El rey Gustavo
III de Suecia (1746-1792) estaba obsesionado creyendo que el café, aquella
bebida traída hace poco de América, era mortal y que una persona que bebiera aquel brebaje estaba condenado a
morir en poco tiempo. Para demostrar su teoría, y como nadie quería desmentir
las palabras de sus palabras bajo pena de que le cortaran la cabeza, ordenó a
sus médicos que suministraran varias tazas de café a un preso a distintas horas
del día. Y así lo hicieron. Aquellos galenos le llevaban un buen número de
tazas y tomaban nota de lo que observaban además de hacerle un chequeo diario para
conocer sus constantes vitales. Pasaron los años y aquel reo no daba muestras
de morirse nunca… pero el que sí lo hizo fue el propio rey Gustavo el cual fue
asesinado en un baile de máscaras en la Ópera de Estocolmo. Aun así, el
experimento siguió adelante y pasado el tiempo los médicos también murieron, al
igual que sus carceleros. Ironías de la vida, el único que quedo vivo del
experimento fue el propio reo el cual murió muchos años después de que le
indultaran.