Una de las
verdades más grandes relacionadas con la vida sentimental de Felipe II es que
nunca tuvo suerte con las mujeres. En total tuvo cuatro esposas: María Manuela
de Portugal, María de Tudor, Isabel de Valois y finalmente Ana de Austria.
Parecía que la Muerte le perseguía pues sobrevivió a las cuatro. Y casi lo
mismo pasó con su progenie oficial. Por ejemplo con su última esposa tuvo cinco
hijos. El primogénito Fernando falleció a los siete años. Después le seguirían
el infante Carlos Lorenzo, Diego Félix y la pequeña Infanta María. En este
último caso hubo un hecho muy llamativo pues aquí podemos ver como en aquel
mundo palaciego todavía iban de la mano la ciencia y la superstición. Parece
ser que cuando la reina, Ana de Austria, alumbró a su hija quedó tan exhausta
que se negaba a comer. Pasaban los días y su majestad estaba consumiéndose poco
a poco ante los ojos de los médicos que se veían impotentes ante la situación.
Así pues Felipe II creyendo que eran unos incompetentes mandó llamar de
inmediato al fraile agustino Alonso de Orozco para que intercediera por el alma
de su esposa y rogara a Dios para que se salvara. Se le preparó una sala
especial toda rodeada de altares y crucifijos pero cuando llegó ante el rey lo
primero que pidió fue asar una perdiz
entera y una loncha de tocino. Después de que se los prepararan se encerró con
la moribunda y, como si fuera un milagro, a los pocos días la reina comenzó a
recuperar sus fuerzas.
Pero la alegría
no duró tanto pues a los ocho meses Ana de Austria volvió a enfermar y murió en
la localidad de Talavera la Real debido a una fuerte gripe. Felipe II quedó
desolado, pero se tuvo que consolar pensando que por lo menos la Muerte había
respetado a su único heredero, el futuro Felipe III.