Una vez el gran
condestable de Castilla don Álvaro de Luna iba a caballo cuando se acercó a él
un ciego con unas terribles heridas en la zona de los ojos. El condestable,
pensando que se lo había hecho algún enemigo le preguntó quién había sido, con
la intención de vengarlo. Pero el ciego le respondió que no se lo había hecho
nadie, sino unos cuervos que había encontrado cuando eran polluelos. Habían
sido abandonados por su madre y él los había criado como si fueran hijos suyos.
Todo iba bien hasta que se hicieron mayores, porque en cuanto tuvieron
oportunidad se tiraron a su cara y le arrancaron los ojos. De ahí la
expresión.