martes, 8 de mayo de 2018

LA ENSEÑA DE LAS TRES RANAS


Una de las facetas más desconocidas de Leonardo da Vinci (1452 – 1519), de ese homo universalis, fue su amor por la cocina. Le encantaba componer recetas, rebuscar en los mercados buscando los mejores productos, e incluso prepararlos después en una pequeña cocina que había inventado. Se consideraba todo un gourmet. Su pasión por los fogones había comenzado desde que era joven cuando estando en el taller de Verrocchio se había ofrecido para trabajar en una taberna llamada Los Tres Caracoles, ubicada en el Ponte Vecchio (Florencia), primero como camarero sirviendo mesas y después como cocinero. En este destino destacó como un precursor de la cocina actual preparando un tipo de platos minimalistas en los que ofrecía una especie de pequeñas comidas al estilo de las tapas que hoy día conocemos. Pero estos adelantos le granjearon las quejas de los clientes que estaban acostumbrados a atiborrarse con grandes platos de carne o pescado. El dueño de la taberna, viendo el escándalo que se había producido, optó por despedir a Leonardo.
Este fracaso, en vez de enfriarle los ánimos produjo el efecto contrario pues tiempo después volvió al negocio de las hostelería, pero esta vez abriendo un local junto con su buen amigo Sandro Botticelli (1445 – 1510)      y lo llamaron La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo. Ambos decoraron el local con sus propias pinturas y frescos y quisieron ofrecer a sus clientes una cocina de alta calidad. Pero al final tuvieron que cerrar debido de nuevo a las pequeñas porciones que servían, y las consiguientes quejas de los clientes, y los desorbitados precios de la carta.