Con la llegada
de los Borbones se produjo en España un impulso de los estudios científicos y
un interés por las ideas europeístas que nos llegaban desde más allá de los
Pirineos. Un ejemplo de ello fue la creación del Gabinete de Historia Natural o
el Jardín Botánico. Reyes como Fernando VI, Carlos III o incluso Carlos IV
tuvieron a bien potenciar ese espíritu científico que empezaba a arraigarse en
nuestro país. En el reinado de este último rey, el bonancible y confiable
Carlos IV, sucedieron tres acontecimientos que remarcaron la línea ya
mencionada de curiosidad científica: la construcción del Observatorio
Astronómico en 1790, la creación del Museo del Ejército (1803) o el asunto que
ahora mismo nos concierne: el primer ascenso en globo en España a cargo del
aeronauta y militar genovés don Vicente Lunardi.
En el verano de
1792, concretamente el 15 de Agosto, un gran número de madrileños ya fueran
nobles como plebeyos, se habían congregado en los jardines del Real Sitio del
Buen Retiro de Madrid para asistir a la primera ascensión en globo montgolgiere (nombre dado en honor a los
hermanos Montgolfier) que se iba a realizar en España. Esta exhibición había
sido promovida por el rey Carlos IV quien no solo había costeado el precio del
globo sino que también iba a reutilizar el dinero obtenido con las entradas
para donarlo a los enfermos pobres de los Reales Hospitales de la Corte. Después
de un rato de expectación los operarios rompieron los cables que sujetaban el
globo y poco a poco aquella gran bola de color carmesí comenzó a ascender progresivamente
a los cielos mientras Lunardi saludaba al público congregado. Hecho que provocó
a la vez grandes muestras de alegría y un sin fin de aplausos. El globo ascendió
un total de trescientos metros sobre la capital del reino y solo tuvo un
contratiempo: un labrado madrileño intentó derribarlo a base de pedradas
pensando que aquello eran una especie de dragón que deseaba comérselo. Aun así,
a pesar de este incidente anecdótico, el globo voló unas seis leguas y
descendió apaciblemente en el pueblo de Daganzo entre vítores por haber
realizado aquella primera proeza.