lunes, 24 de diciembre de 2018

LA TREGUA DE NAVIDAD


La Navidad es, por encima de todo, una época de paz y concordia en la que cualquier tipo de odio o conflicto muchas veces cesa por completo. Como si algún espíritu interno, inmemorial, empujara al ser humano a firmar cualquier tipo de tregua con sus semejantes. Pues esto mismo es lo que pasó durante la Primera Guerra Mundial, justamente el día de Navidad de 1914. Cuando se estaban acercando dichas festividades el káiser Guillermo II de Alemania y su estado mayor decidieron enviar a sus soldados del frente un abundante cargamento de comida para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad, junto con una gran cantidad de arbolitos para que decoraran las frías trincheras. Había tal cantidad de árboles que en algunos tramos incluso había uno cada cinco metros. Al llegar la Nochebuena los alemanes comenzaron a encenderlos y a cantar villancicos mientras daban cuenta de su banquete.

¡Menudo susto tuvieron que llevarse los aliados cuando en mitad de la noche se encendieron las luces de los arbolitos y empezaron a oír las canciones navideñas! Pero es aquí cuando hizo acto de presencia el milagro de la Navidad pues en vez de atacar las posiciones enemigas éstos se unieron también al jolgorio del momento cantando sus propios villancicos para regocijo de ambos bandos. La música iba y venía por el aire e incluso algunos gritaban peticiones y buenos deseos a los de enfrente. A la mañana siguiente, al alba, algunos soldados alemanes izaron banderas blancas y caminaron desarmados por la Tierra de Nadie haciendo gestos a los aliados para que se acercaran de buena fe. Al poco rato se reunieron y como si fueran amigos de toda la vida intercambiaron regalos, se enseñaron las fotos de las novias y esposas, e incluso alguien sacó un balón de futbol con el que rápidamente organizaron un partido habiendo por lo menos había cincuenta jugadores por cada equipo. Daba igual, lo importante era seguir vivos y en buena armonía. Aunque también hubo tiempo para cosas más serias como recoger los cadáveres del día anterior, darles sepultura y acudir a una ceremonia religiosa en donde se mezclaron sin ningún problema los ya antiguos enemigos.

Para esos soldados aquel día de Navidad fue todo un regalo, un oasis en un mundo que se había vuelto loco, pero en cambio para las altas esferas fue todo lo contrario. Cuando les llegaron las noticias acerca de lo que había sucedido el día de Navidad en distintas partes del frente empezaron a pedir informes para represaliar a los soldados que habían tenido la osadía de confraternizar con el enemigo, a la vez que requisaban las fotos que inmortalizaron aquel maravilloso día (una de ellas se les escapó y acabó publicada en The Daily Mirror inglés). Finalmente, a resultas de la tregua de Navidad los oficiales de ambos bandos detectaron que sus soldados ya no querían atacar las posiciones enemigas pues ¡¿cómo iban a matar a aquellos que el día anterior les habían tratado como verdaderos amigos!?. Así pues el alto mando decidió redistribuir a sus soldados y cambiarlos de frente para que olvidaran viejas amistades y pudieran seguir matando sin ningún remordimiento. Aun así, a pesar de enviarlos a cientos de miles de kilómetros, a algunos soldados no se les olvidó ese día de Navidad y años después pudieron contar aquella maravillosa historia a sus nietos al amor de la chimenea.