Muchas veces a
lo largo de la Historia la meteorología ha cambiado el destino de muchas personas y
también, debido a la necesidad de adaptarse a ella, ha creado un buen número de
inventos que hoy en día podemos disfrutar. Uno de ellos precisamente es el
baloncesto. A finales del siglo XIX en el
Massachusetts los inviernos eran muy duros. Se producían grandes nevadas y
heladas que paralizaban muchos aspectos de la vida hasta que el sol se imponía
con la llegada de la primavera. Durante aquellos fríos meses los estudiantes de
la YMCA (Sprinfield) se aburrían sobremanera ya que no podían salir al aire
libre a disfrutar de sus deportes favoritos. Viendo esta situación el profesor
de educación física de este centro de estudios, James Naismith, empezó a
estudiar algún tipo de deporte que se pudiera practicar en el interior y de
esta manera animar a sus queridos alumnos. Después de estudiar algunos métodos de
aprendizaje se dio cuenta de que necesitaba encontrar algún esfuerzo que se
centrara más en la destreza que en el contacto físico. Es por eso que un buen
día se acordó de un juego que practicaba en su juventud llamado duck a rock (el pato sobre una roca) y
que consistía en acertar con una piedra a un objeto que se había colocado en algún
sitio estratégico. Así pues encargó que le trajeran unas cajas de madera pero
lo único que le pudieron suministrar fueron unas cestas de melocotones que
había por la zona (de ahí que todavía se le llame encestar al acto de meter la
pelota en el aro). Naismith las colgó en unas barandillas que había alrededor
del gimnasio, a una altura de 3,05 metros, y acto seguido organizó un
partidillo con los únicos 18 alumnos que tenía, dividiéndoles en equipos de 9.
Era el 21 de Diciembre de 1891 y acababa de nacer uno de los deportes más
importantes del mundo. Con el tiempo el número de jugadores fue disminuyendo,
hasta los cinco por equipo y ya en 1936 fue considerado como deporte olímpico
en Alemania.