miércoles, 13 de marzo de 2019

CARAVAGGIO: EL PINCEL Y LA ESPADA - Milo Manara


...Caravaggio estaba muy perturbado, inquieto, indiferente a su propia existencia: muchas veces se acostaba completamente vestido, con el puñal (del que nunca se separaba) a su lado... Incluso cuando se vestía normalmente iba armado, así́ que parecía más un espadachín que un pintor. (Howard Hibbard)

Al igual que el viento del Oeste rasga las negras nubes de la más oscura tormenta, de la misma manera  aquel estallido de luz conocido como el Renacimiento vino a despertar al hombre de su milenario letargo. Muy pronto comenzó a darse cuenta que ya no era solamente un Dios penitente el que regía su destino sino que era él mismo el que era el centro del Universo. Los artistas hicieron que los colores cobraran de nuevo vida y dejaran de ser opacos bajo la penumbra de la sempiterna cruz medieval. Una explosión de esperanza corría por las calles, y no solo los descubrimientos allende los mares corroboraban este hecho, sino que una miríada de artistas como Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Bramante, Rafael… se convertían en los emisarios de la alegría del uomo novi. Esta novedad duró siglo y medio, y como los artistas, por muy genios que sean, no pueden durar eternamente, muy pronto surgió una nueva generación que no solo iba a perfeccionar este arte renacido, sino que de igual manera lo iban a llevar a un estadio más elevado (si eso era posible). Uno de estos artistas, ya de corte barroco, se trataba de un pintor venido de un pueblecito del Norte de Italia, cercano a Milán, llamado Michelangelo Merisi (1571 – 1610), pero que el destino y la gloria hará que sea más conocido por el nombre de su localidad de origen: Caravaggio.

De este Michelangelo, auténtico sucesor de aquel otro que unió las dedos de Dios y Adán, se ha escrito buena copia de libros y trabajos en Historia del Arte, y parece que actualmente algunos novelistas empiezan a atreverse a pergeñar su figura para conocimiento general de este artista que verdaderamente vivió agarrando con una mano un pincel primoroso mientras que con la otra asía con ímpetu una afilada espada. Y más original si cabe es mostrar al mundo la vida y obra de Caravaggio en un nuevo formato: el cómic. El principal culpable de ello es el eminente ilustrador italiano Milo Manara (alias de Maurillo Manara) quien con su habitual pericia nos ofrece el primer volumen de la vida del pintor transalpino Caravaggio, el pincel y la espada (Norma Editorial, 2015). Nada más leer estas líneas seguramente el caro lector se preguntara “¿Cómo es posible que el auténtico rey del cómic erótico (que no pornográfico, esto hay que distinguirlo) se atreve a dibujar al genio del naturalismo italiano?” Es una buena pregunta, a mí también me sorprendió, pero después de gozarlo me di cuenta que en verdad era el historietista ideal para hablarnos de un artista tan agresivo y violento como genial a la hora de pintar y renovar con su pincel el arte católico en aquella Roma de finales del siglo XVI  y principios del XVII  en donde un simple desliz  o una equivocación en el código moral de la época te podía llevar a encontrarte un palmo de acero en el estomago.

Esta primera parte abarca los años de iniciación como artista en Roma entre 1592 y 1606, prescindiendo de su anterior etapa en su tierra cuando entró como aprendiz en el taller del pintor milanés Simone Peterzano, que a la vez había sido discípulo de Tiziano. Manara nos lleva justamente al año en que entra en Roma y como poco a poco consigue ascender peldaños dentro del mundo artístico romano. Aunque el historietista se toma algunas licencias sobre la forma en que Caravaggio se instala en la Ciudad Eterna, éstas no difieren mucho de la realidad. Aquel mismo año de 1592 verdaderamente se traslada a Roma junto a su tío Ludovico y acaba siendo alojado en casa de Pandolfo Pucci, canónigo de San Pedro, a quien el pintor pronto le puso el sobrenombre de “monseñor ensalada” debido a la escasa comida que recibía. Pero aunque en poco tiempo su cuerpo bajara de peso, el residir con un canónigo de esta clase le acarreó tener contactos en las altas esferas eclesiásticas, y en 1595 cambio de residencia pasando a vivir en el Palacio Madama, en donde se convirtió de la noche a la mañana en el pintor preferido del cardenal Francesco María del Monte, embajador en Roma de la todopoderosa familia Medici, el cual pasó a la historia como primer mecenas del artista.

Aunque Caravaggio ya comenzaba a ser tomado en serio unos años antes de entrar al servicio del cardenal Medici debido a las innovaciones que hacía en la pintura, es con éste con quien consigue alcanzar cuotas pictóricas excelentes, y aunque no le agrada en demasía que utilice a muchachos indigentes y prostitutas como modelos para sus obras (Muchacho mordido por un lagarto, Baco, o Santa Catalina de Alejandría) le deja hacer al observar los increíbles resultados que obtiene. Como premio se le permite no solo portar espada como un caballero, sino también decorar la Capilla Contarelli en la Iglesia de San Luis de los Franceses, en donde asombrara a todos con el tríptico inspirado en la vida de San Mateo. Aun así, este cómic de Manara no es una simple sucesión de viñetas de logros pictóricos. Le interesa que todos éstos graviten en torno al temperamento de Caravaggio y sus aventuras en aquella Roma atiborrada de burdeles, reyertas y duelos a espada, en donde soldados licenciados y proxenetas de baja estofa convierten las calles en verdaderos campos de batalla. Es por ello que junto a los magníficos y eternos lienzos del artista podamos observar sus devaneos con meretrices ávidas de carne joven y borrachos sedientos del licor de Baco. Llama la atención que mientras pinta se atiene a las directrices, mal le pese, de la Iglesia Trentina, pero luego se desfogue insultando y siendo agresivo entre camaradas de parranda. Este mundo abigarrado, violento, y lleno de claroscuros es el que le interesa a Manara.

Pero sigamos con las peripecias de Michelangelo Merisi. Es en el nacimiento de siglo cuando explota su creatividad y muestra al mundo obras maestras como La Cena de Emaús, La Muerte de la Virgen, o El Entierro de Cristo. Vemos como los crea, la trastienda de cada pincelada, los sórdidos modelos que a veces utiliza, pero observamos en él que cada día se va volviendo más peligroso y oscuro. Es ya tan famoso en Roma que incluso se permite la licencia de insultar a sus competidores e incluso amenazarlos si hablan mal de él. En 1604 es denunciado por un camarero de una taberna a quien ha agredido, y en varias ocasiones acaba siendo encerrado en la cárcel de Tor Di Nona. Aun así sigue creando, pero en 1605 su estrella le abandona ya que es elegido como pontífice Pablo V el cual prefiere el arte de Guido Reni. Caravaggio se vuelve intratable, depresivo y decide morder la mano que le da de comer. Abandona a Del Monte y en un asunto turbio motivado por unas faldas, que ocasiona la muerte de un proxeneta llamado Ranuccio Tomassoni,  decide huir rápidamente de Roma. Es el año 1606.

Aquí termina la primera parte de Caravaggio, el pincel y la espada, aunque es una pena ya que deja al lector con las ganas de saber que destino le espera al prófugo pintor. Nos encontramos, por tanto, con una novela gráfica (como ahora gustan de llamar a los cómics) preciosista, directa, en la que Manara despliega sus artes para ofrecernos un fresco de una Roma barroca exuberante y peligrosa a la vez. El dibujo es minucioso, colorista y muy personal, ya que nos muestra las dos facetas principales de Caravaggio: el divino pintor, y el humano artista amigo de delincuentes, prostitutas, y que no duda en llevar a sus lienzos sacros las facciones de proscritos por la sociedad. Caravaggio es un pintor en el que la luz y la oscuridad pugnan continuamente una contra otra, al igual que la ciudad que le ve crecer es una mezcla de antigua gloria y decadencia extrema. Así pues, en resumen les recomiendo sumergirse en la pintura de Manara y que se dejen deslumbrar por la belleza y peligrosidad de aquel pintor que, al igual que aquel otro Michelangelo, no se dejó humillar por nadie.