A lo largo del siglo XVIII, sobre todo hacia mediados y finales, se puso de moda entre los nobles hispanos la costumbre, por diversión, de disfrazarse como la gente corriente o de baja cuna, más concretamente como los manolos y manolas de los barrios más humildes. Lo hacían en sus fiestas privadas o incluso para mimetizarse entre los plebeyos cuando emprendían alguna aventura a altas horas de la noche. Y la que era la más manola de todas era sin lugar a dudas María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Silva-Bazán, la famosa duquesa de Alba (1762 – 1802). Cuando era joven había vivido en uno de sus palacios, en concreto el de Lavapiés, y allí, al principio, le gustaba ver a través de los visillos o a escondidas a los majos y majas que pasaban cerca de palacio, pero con el tiempo paso de simple mirona a querer imitarlos y vestirse como ellos escapándose muchas veces de su residencia para ir a barrios más castizos donde poder divertirse. Además también hizo suya la costumbre de ir acompañada de un petimetre que era a fin de cuentas un tipo vestido a la última que solía acompañar a las damas casadas de alta alcurnia mientras el marido estaba ocupado en otros quehaceres; hacer la corte a su dueña (sin llegar a propasarse); chapurrear algo de francés, y saber bailar los últimos bailes de moda. La duquesa, entre fandango y fandango (que era por aquella época un baile muy atrevido) se dejaba ver vestida de maja o manola en cualquier parte como por ejemplo las corridas de toros, los estrenos teatrales, o cualquier espectáculo que ofrecieran las calles de Madrid. No le importaba ya que, a pesar de ser noble, no tenía que pedir permiso a las altas esferas y le gustaba exhibir su libertad allá donde fuere.