sábado, 11 de junio de 2022

EL DESASTRE DEL BAZAR DE LA CARIDAD

 

Desde 1885 se celebraba en París uno de los eventos más importantes de la alta sociedad francesa. Se trataba del Bazar de la Caridad que se organizaba todos los años para que las damas y caballeros de rancio abolengo recogieran fondos vendiendo obras de arte, baratijas, libros y otras fruslerías para los más necesitados. Este evento anual nunca había sufrido ningún tipo de eventualidad, al revés, pues se le consideraba uno de los grandes hitos dentro del calendario parisino. Hasta que llegó el año 1897 cuando se produjo una de las mayores tragedias que se recuerdan en la capital francesa.

El 4 de Mayo de aquel año volvió a celebrarse este acto benéfico cerca de los Campos Elíseos, y para ello se construyó un barracón de madera y toldo embreado de unos 80 metros cuadrados por otros 20 de ancho en el que como novedad se había asignado una pequeña zona a un invento que estaba causando furor: el cinematógrafo. Por aquel entonces el naciente cine de los hermanos Lumiére era exhibido como espectáculo en las ferias y barracas ambulantes y atraía a muchas personas. Así que alguien pensó en poner un proyector en el bazar para, entre compra y compra, entretener a los visitantes. Allí acudían sobre todo mujeres y niñas de alta cuna, pero el 4 de Mayo hacia las 16:15, mientras los espectadores veían pequeños cortos como La salida de la fábrica Lumière en Lyon, La llegada de un tren a la estación de La Ciotat y El regador regado, un fulgor salió desde detrás de la pantalla provocado por un fuego no controlado que en breve tiempo arrasó con todo el local. Aquello se convirtió pronto en la antesala del infierno pues el público al quedarse atascadas las puertas giratorias de salida se convirtieron en antorchas humanas o si no eran pisoteadas y aplastadas hasta quedar muertas. Los bomberos, cuando llegaron no pudieron hacer nada. En total murieron 126 personas entre ellas grandes figuras como la duquesa Sofía Carlota de Baviera, hermana de Sissi emperatriz de Austria Hungría o la mujer del cónsul de España en París.

Al día siguiente la prensa reflejaba la magnitud del desastre e incidían, también, en un dato que en un principio había pasado por alto ya que de los 126 fallecidos 120 eran mujeres. Esto suscitó un gran escándalo pues demostraba lo ruin que fueron algunos de aquellos grandes señores que con tal de salvarse no habían dudado en apartar a la gente a bastonazos y golpes. Y de la misma manera se empezó a buscar a los culpables de aquel terrible incendio. Inicialmente el gobierno quiso echarle la culpa a un grupo de anarquistas pero de inmediato se supo que el verdadero culpable había sido una deflagración provocada por el cinematógrafo. Parece ser que el ayudante del proyeccionista, quien ya se había quejado con anterioridad por las malas condiciones y la poca ventilación en que se hallaba la máquina, al observar que la lámpara de éter se había apagado se acercó a ésta con una cerilla provocando una explosión con las consiguientes y terribles consecuencias que hemos leído anteriormente. Se le impuso una cuantiosa multa y una sentencia de ocho meses de prisión por homicidio improcedente, pero esta condena fue conmutada cuando se probó la valentía con la que había actuado al salvar a muchas personas de morir abrasadas. Lo que si provocó en cambio fue que las proyecciones cinematográficas fueran prohibidas durante cierto tiempo por considerarlas peligrosas.

Finalmente otro de los problemas que planteó el incendio del Bazar de la Caridad fue cómo identificar a las víctimas al estar muchas de ellas casi carbonizadas.  A lo que se añadió que algún desaprensivo, por la noche y entre la confusión robó muchas de las joyas que tenían los cadáveres. Algunos familiares, sobre todo los que tenían una gran influencia,  no querían que fueran enterradas en una fosa común y comenzaron a reclamar una solución ante este problema ya que no consideraban justo que enterraran juntas a señoras y criadas. La solución vino de parte del cónsul de Paraguay quien pensó en llamar a los dentistas de las mujeres que se podían haber permitido este servicio médico, es decir las de la aristocracia y de la burguesía, y comprobar sus fichas dentales. Gracias a esto se pudo  identificar a buena parte de las victimas así como de dar a luz a una nueva ciencia: la odontología forense.