No puedo resistirme a ponerles de nuevo una nueva anécdota de la curiosísima Luisa Isabel de Orleans. Ya les hablé hace tiempo de la regia esposa de Luis I y sus “hábitos” de vida tan liberales y estrambóticos para la corte de Felipe V, pero creo que sería esencial que conozcan otra divertida historia que nos narra el Duque de Saint-Simon.
Éste nos dice que pasado un tiempo en la corte decidió despedirse de la reina y acudió a ella para formalizar el adiós, como indicaba la etiqueta regia. Justamente en ese momento estaba rodeada de todos sus allegados, cortesanos y ayudantes de cámara. Saint-Simon se acercó con paso firme y plantándose delante de su excelsa figura, hizo las tres reverencias oportunas. La miró fijamente y le dijo:
-Majestad, parto hacia el extranjero
Ella no soltó prenda. Lo miraba entre divertida y coqueta pero de sus labios no salía ninguna palabra. Claro está, tal situación embarazosa empezó a preocupar a nuestro buen Saint-Simon. Carraspeó un poco y volviendo hablar le dijo de nuevo:
-Majestad, perdone que le moleste de nuevo. Solamente quiero indicarle que me voy y que si quiere, aprovechando mi largo viaje, y si su realeza lo considera oportuno, darle recuerdo de su persona al Rey, a la infanta y a los Duques de Orleans.
De nuevo Luisa Isabel estaba muda. Pero ahora ocurrió algo que ninguno de los presentes podía haber adivinado. Acercó su rostro al de Saint-Simon poniéndose muy colorada y... ¡le soltó un eructo en toda la cara! Aquello era increíble. El eructado nos cuenta que dio dos pasos hacia atrás y contempló como la reina empezaba a reírse dando un segundo eructo más grande y majestuoso que el anterior. Saint-Simon no sabía donde meterse, pero le ocurrió lo que a mucha gente que cuando ven reírse a alguien acaban contagiándose de la hilaridad del momento. También empezó a reírse, y no solo él sino que mirando a derecha e izquierda vio entre divertido y sorprendido que todo el mundo estaba desternillándose de la risa. Mientras unos se doblaban por el esfuerzo, y otros pataleaban y rebuznaban por lo chistoso del momento, la reina se había levantado en una silla y comenzaba un auténtico concierto de eructos. Todo se había convertido en un pandemónium de risas, sofocos, palmeos en la espalda e hilaridad descontrolada, llegando incluso a que a los mismos soldados se les caían las armas al suelo al no poder reprimir la comicidad.
Saint-Simon aprovechó el momento para salir corriendo ya que vio que otros cortesanos decidían imitar a la reina secundándola a golpe de ventosidad. No sabemos si el duque volvió a ver a Luisa Isabel pero la impresión que tuvo de ella y de toda su camarilla debido de ser increíble y sorprendente.