No me dispongo hablarles del archifamoso conquistador extremeño ni de sus proezas en el imperio Inca. Les voy hablar de otro ser que llego a encantar a jóvenes y no tan jóvenes a mediados del siglo XIX. Les presento al elefante Pizarro.
Este era un paquidermo de raza india que hacia las delicias de los madrileños en el zoológico del Retiro más conocido como La Casa de las Fieras. El periódico La Ilustración de Madrid lo llamó Pizarro, para diferenciarlo de otro paquidermo que había en America llamado Cortés. Parece ser que nuestro elefante era originario del otro lado del Océano y durante un tiempo compartió cartel con el famoso Cortés siendo la gran maravilla de las ciudades americanas.
A mediados de siglo Pizarro llegó a España y emprendió su propio espectáculo de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo. Se trataba sencillamente de lucha entre animales salvajes. Este coloso podía hacer frente tanto a toros, osos, vacas y cualquier animal que le pusieran por delante. Pero en Valladolid, Pizarro, luchando contra un toro perdió un colmillo al hincarlo en el suelo de la plaza. La vida de nuestro elefante ya no seria la misma pues un animal de su especie con un solo colmillo ya no vendía igual. Incluso hubo algunos que sugirieron venderlo al matadero para hacerle filetes. Pizarro parecía sentenciado.
En cambio su salvación llego en 1863 cuando llegó a Madrid. El ayuntamiento y toda la ciudadanía decidieron acogerle y llevarle al famoso zoológico del Retiro. Los niños deseaban ir a verlo y a los padres les encantaba llevar a sus retoños para que vieran la figura colosal de Pizarro. Todo le parecía ir a las mil maravillas, hasta que un día nuestro querido elefante tuvo hambre. Alguien, por descuido o desidia no le llevó suficiente comida y el animal viendo que no le traían más decidió buscarse otro restaurante donde le atendieran mejor. Se escapó del zoo y llegó a la tahona más cercana, el Parador San José. Imagínense ustedes el susto que se debieron llevar los parroquianos cuando vieron que uno de ellos tenía una nariz más muy grande y se zampaba el contenido de los platos a una velocidad inusitada. Cuando hubo saciado su apetito tranquilamente se dejó conducir a su casita y nunca más volvió a escaparse.
Allí acabó sus días el titán de Pizarro. Su muerte salió publicada en todos los periódicos y fue muy sentida no solo por los madrileños, sino por todos los españoles. Como no quisieron olvidar la magnificencia de su corazón se decidió disecarlo entero para que las generaciones futuras vieran la increíble figura de aquel bello animal. Hoy se encuentra en el Museo de Ciencias Naturales, así que si deciden visitarlo no se olviden de llevarle una bolsa de cacahuetes. Seguro que lo agradecerá.