Esta es la increíble vida de uno de los cientos de esclavos negros que hubo en España en el siglo XVI, que supo ganar al mundo con su inteligencia y sabiduría en un lugar donde solo el color blanco parecía ser importante a los ojos de los demás. Les voy a hablar de la gran gesta de Juan Latino.
Su verdadero nombre era Juan de Sessa, y se cree que era originario de África. Siendo niño vivía en Portugal y fue comprado en Sevilla por los monjes franciscanos del Convento de San Francisco. Lo alimentaron, lo vistieron, le enseñaron las primeras letras, y cuando fue algo mayorcito fue revendido como un mueble más al gran señor Luis Fernández de Córdoba, duque de Sessa y nieto del Gran Capitán, quien tiempo después se alejó de las riberas del Guadalquivir para vivir en su mansión de Granada.
Pronto el gran duque se dio cuenta de que aquel esclavo, negro como mosca en un vaso de leche, era bastante despierto y por ello lo educó junto a su propio hijo recibiendo las mismas enseñanzas que un noble de aquella época. Tanta era su avidez de estudios que comenzó a recibir estudios universitarios aventajando en inteligencia a su amigo Gonzalo consiguiendo de esta manera que a la edad de 30 años recibiera la ansiada libertad con la que sueña cualquier ser humano. Atrás quedaron las cadenas y delante tenía todo un mundo de libros por devorar.
Se dedicó a dar clases de latín (de ahí su apelativo) y gramática en la Universidad de Granada, y para ganar un sueldo extra para pagar comida y alojamiento también se aplicó a la enseñanza particular de casa en casa. Y lo que es el destino, en una de ellas, entre declinaciones y traducciones conoció el amor y a su compañera en la vida. En 1556 obtuvo la Cátedra de Gramática por la misma universidad en la que daba clases. No había ninguna sabiduría que no pudiera alcanzar ni meta que no pudiera traspasar, y por ello llegó incluso a ser Consejero del legendario hermanastro de Felipe II, Juán de Austria. Con motivo de la victoria épica en la Batalla de Lepanto, incluso compuso una loa titulada Austriada Cármine.
Una de las grandes hazañas que hizo Juan Latino fue convencer al mismísimo Felipe II de que no trasladara los sepulcros de los Reyes Católicos desde Granada al gigantesco mausoleo de El Escorial. Gracias a ese gesto hoy todavía se puede observar la belleza de aquellas pétreas tumbas en la ciudad granadina. Era un personaje querido por todos sus vecinos, y aunque se quedó ciego, con la ayuda de sus amigos pudo seguir enseñando latín hasta su muerte en 1597.
Aunque hay quien dice que Juan Latino no fue un esclavo sino un hijo que tuvo el duque de Sessa con una esclava negra en Basilea en 1518, eso no resta importancia a la increíble historia de un hombre que no se amilanó ante el color de su piel llegando a ser reconocido y admirado por sus contemporáneos. Un ejemplo de ello lo vemos en una famosa frase de Cervantes en el prólogo del Quijote en el que alaba la sagacidad e inteligencia de aquel antiguo esclavo:
Pues al cielo no le plug(o) / que salieses tan ladí(no) / como el negro Juan Latí(no)