miércoles, 18 de enero de 2012

LA JORNADA DEL FOSO



Quien piense que el mundo islámico en el primer siglo de su estancia en la Península era un remanso de paz está bastante equivocado. Como muestra un botón. En el año 797 estando al frente de los ismaelitas Al-Hakan I, hijo de Hicham I y a su vez nieto del gran emir omeya Abd el Rahman I, los conflictos internos entre distintas facciones tribales y religiosas hacían peligrar el joven estado creado a golpe de alfanje. Entre todos aquellos  disturbios que se dieron aquel año, destacan el que se produjo en Toledo.

Para cortar de raíz aquel conato de rebelión, Al-Hakan I decidió invitar a los prohombres de la ciudad a un suculento banquete aderezado no solo con la mejor comida, sino también regado con el mejor vino y las más sugerentes hembras. Uno por uno los invitados iban entrando en el alcázar, sin sospechar que nada más traspasar la puerta unos alguaciles procedían a cortarles las cabezas.

De esta manera, según dicen los cronistas, fueron degollados unos 5300, hasta que uno de los últimos invitados se quedó frente a los muros y sospechando lo que pasaba corrió hacia la ciudad gritando:

-¡Toledanos, es por la espada, por Allah, la causa de ese vapor y no el humo de las cocinas!

Como curiosidad decir que uno de los testigos de aquella trágica escena fue el propio Abd el Rahman II que debido a la impresión se le quedó un tic en un ojo de manera permanente.

Los musulmanes sabían como no dejar crecer los problemas porque tiempo después se repitió otra jornada de este tipo en Córdoba, en el año 818. Fue conocida como la Jornada del Arrabal, y aunque no fue tan salvaje como la anteriormente citada también sangrienta y triste. Parece ser que aquel año se produjo una revuelta que rápidamente fue sofocada por el orden público a golpe de espada y arco. Los pocos supervivientes fueron degollados mientras que los 40 instigadores fueron torturados y crucificados en distintas partes de la ciudad como ejemplo a la ciudadanía.