Después del terrible incendio que destruyo el Alcázar de Madrid en la Nochebuena de 1734, Felipe V comenzó enseguida a planificar la construcción de un nuevo Palacio Real, pero esta vez de piedra, para evitar de esta manera que se consumiera como el anterior. Una de las ideas originales era erigir en la cornisa principal un total de 108 estatuas que representaran a los monarcas de Portugal, Castilla, Aragón, Galicia, Navarra y a otros de la Historia de España. Pero curiosamente estas estatuas nunca ocuparon su lugar ¿por qué? Unos dicen que el peso de estas gigantescas efigies afectaría a la estructura del edificio, en cambio otros achacan esta ausencia a la esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, que tuvo varias pesadillas en las que soñó que se iba a producir un terremoto en el mismo Palacio haciendo que las estatuas se cayeran de su sitio y la aplastaran. Así que en cuanto pudo mandó a su hijo Carlos III que las retirara de su lugar y las encerrara en los sótanos del mismo Palacio. Allí, entre humedades y fríos extremos parecía que iban a ser olvidadas por todos, hasta que pasado un tiempo Isabel II mandó que fueran sacadas a la luz y repartidas no solo por los parques de Madrid sino también por toda la geografía española.