martes, 16 de abril de 2013

¡YA LO TENGO!

Esta es la frase que pronunció el arqueólogo Jean-François Champollión cuando un 14 de Septiembre de 1922 descubrió en el ático de su casa de la Rue Mazarine, en París, el secreto de los jeroglíficos. Esa misma mañana había recibido unos ejemplares pertenecientes al gran Templo de Abú Simbel, y tras estudiarlos detenidamente dió con la clave del desciframiento de la Piedra Rosetta. No se lo podía creer, tras casi quince años de estudio, día y noche, y ayudado por el lenguaje copto, había llegado a la conclusión de que el secreto de la escritura jeroglífica era la siguiente: aquellos signos tenían a la vez un valor fonético y fonológico.

Empezó a dar saltos de alegría por la habitación y según se cuenta no pudiendo soportarlo más salió precipitadamente a la calle y corrió los doscientos metros que separaban su casa del Instituto de Francia donde trabajaba su hermano Jacques-Joseph. Irrumpió en su despacho, sin ser anunciado, y cogiéndole de las solapas de su traje le gritó entusiasmado:

-Je tiens l’ affaire! (Ya lo tengo)

Acto seguido perdió el sentido y se desmayó delante de su hermano. Cuando se levantó ya no era un mortal más, pues se había convertido en la persona que había devuelto a la vida el lenguaje de los dioses.