Es bien conocido
el gran fervor católico que tenía la hermana pequeña de Isabel II, Luisa
Fernanda de Borbón (1832-1897) No había capilla, iglesia o monasterio que no
dejara de visitar. Se sabe que una vez al año hacía una visita al Vaticano y
siempre se llevaba un pequeño saco lleno de rosarios, escapularios y cruces
para que los bendijera el Papa. En una de esas audiencias se arrodilló ante el
Santo Padre, que en esos momentos era León XIII, y comenzó de manera metódica
primero a quitarse las cruces que llevaba, a desenrollarse los rosarios que
portaba alrededor de la cintura, y finalmente a sacar todos los demás
ornamentos religiosos que había en el saquito de terciopelo. Cuando ya llevaba
unos quince minutos sacando cruces y rosarios el Papa comenzó a impacientarse y
bajando de su silla hizo levantar a Luisa Fernando y en tono algo enojado le
dijo:
Hija mía, no seas tímida. Dame el saco y lo
bendeciré todo de una sola vez