Existe un dicho
que reza “Del cerdo se aprovecha hasta el rabo”. Mucha gente que ahora lee esta
frase seguro que esta asintiendo con la cabeza, pues bien, decirles que aunque
en materia culinaria esto es normal hubo un rey que no quería saber nada de los
cerdos, ni de lo rico que está ni de sus andares. Se trata de Luis VI de
Francia (1081 – 1137) el cual le tenía tirria a este animal ya que por culpa de
uno de ellos murió su hijo Felipe con tan solo quince años. Se dice que
mientras cabalgaba por las calles de París uno se le metió entre las patas de
la montura lo que provocó que el caballo se asustara haciendo que el joven
príncipe cayera y se rompiera la cabeza contra el suelo. A raíz de este
accidente Luis VI no quiso ver a ningún cerdo trotando por París ordenando que
todos fueran encerrados en establos o casas. Así pues todos desaparecieron de
vista… ¿Todos?... no, todos no, pues en el decreto de Luis VI hubo una
salvedad: los cerdos de la Abadía de San Antonio sí podían andar libremente por
donde quisieran ya que al estar en un centro religioso estaban más cerca de
Dios.