A lo largo de la
Edad Media la introducción de esta herramienta culinaria en las cocinas
europeas y españolas fue bastante irregular, debido sobre todo a la iglesia que
lo condenaba por ser un instrumentum diaboli (instrumento del diablo). Por
ello es curioso observar como mucha gente del pueblo llano, por miedo a la
iglesia, siguió comiendo con los dedos u otras herramientas poco apropiadas,
mientras que los reyes y nobles lo hacían con tenedores venidos de fuera, de
forma irregular, por temor a ser censurados por sus confesores privados o
porque se les considerara cursis o desviados sexuales. Tanta fue la ignorancia
que hasta el siglo XIX no se instaló una fábrica de tenedores en España,
concretamente en Barcelona.