martes, 3 de diciembre de 2013

CASAS A LA MALICIA



Durante la Edad Media, existía una ley conocida como Regalía de Aposento que dictaminaba que los dueños de una casa tenían que ceder la mitad de ésta a funcionarios reales o trabajadores de la Corte mientras los reyes estuvieran en un pueblo o ciudad. Es decir que el propietario de una casa debía acoger de manera gratuita a cualquier trabajador de la Corte. ¡Imagínense que problema! Tener que ver diariamente a una persona que no es familiar tuyo andando por tu propio hogar y, encima, servirle. De todas maneras como en aquel tiempo las Cortes en España fueron itinerantes este inconveniente no era eterno y pronto los dueños de las casas se veían libres de esta carga. Pero en 1561 cuando se envió una Cedula Real a la Villa de Madrid indicando que sería la capital de España de manera permanente, esta Regalía de Aposento pasó de ser una molestia pasajera a una auténtica pesadilla para muchos madrileños que vieron como de la noche a la mañana un buen número de funcionarios reales traspasaban sus umbrales con la intención de quedarse en sus hogares para siempre.

Con el traslado de la Corte a Madrid hubo un importante cambio urbanístico en la ciudad, hecho saludado por muchos comerciantes que veían en esta nueva capitalidad un gran numero de ventajas comerciales. Pero al ciudadano de a pie no le hizo mucha gracia. Así que para expulsar a aquellos gorrones decidieron utilizar una de las armas más importantes de este país: la picaresca. Se sabía que no en todas las casas se podía aplicar esta Regalía de Aposento. Estas casas pasaron a llamarse “casas privilegiadas” y muchas de ellas se libraron de esta ley mediante el soborno o las donaciones reales.

Pero no todo el mundo disponía de suficiente dinero para engañar a los funcionarios, así que hallaron la solución en la misma ley, ya que ésta decía que existían “casas de difícil partición”. Es decir aquellas que por ser pequeñas tanto de altura como de anchura no podían ser divididas entre la familia y los ocupantes de la Corte. Por ejemplo las de una sola planta estaban exentas de ser compartidas, así que los madrileños se las ingeniaban para simular el tamaño. Acababan de nacer las Casas a la Malicia, ¿Cómo lo hacían? Pues en muchos casos se ocultaban las habitaciones superiores y se eliminaban los balcones. También se construían establos en los sótanos, y desvanes en la segunda planta. E incluso se reducía al máximo los tejados para que pareciera que la casa era más bajita de lo normal. Como consecuencia de ello el aspecto exterior de las casas y de las calles de Madrid era muy sobrio, pareciéndose más a un mísero poblacho que a la capital de un país. Prueba de ello es que muchos viajeros extranjeros en aquella época hablan de lo pobre que parece Madrid en comparación con ciudades como Londres, París o Roma.