jueves, 9 de enero de 2014

EL ANHELADO NACIMIENTO DE ALFONSO XIII



Nunca un varón fue tan deseado como en la España a finales del siglo XIX. Era un 17 de Mayo de 1886 y no solo había nervios en las habitaciones del Palacio Real por saber si el futuro hijo de la reina Maria Cristina sería varón o hembra, sino también entre la gente que abarrotaba las afueras del recinto pues todo el mundo sabía que si era mujer volverían las terribles luchas dinásticas habidas tiempo atrás en las distintas Guerras Carlistas. La guardia había anunciado al vulgo de que el único medio que tendrían de conocer el sexo del que llegaría a ser rey sería contando los cañonazos de rigor que se daban en los nacimientos regios: veintiuno si era varón y quince si no lo era.

Pasado un rato el mencionado cañón comenzó a disparar las salvas. Los corazones se encogieron al llegar a quince pero enseguida siguieron hasta veintiuno. Alfonso XIII había nacido. La gente comenzó a bailar de alegría ya que el miedo a una nueva guerra civil se alejaba. Dentro de Palacio el regocijo era igual de grande si cabe, y no pudiendo soportarlo más el presidente de Gobierno, Práxedes Sagasta no dudó en irrumpir en la habitación de la reina regente para ver al bebe. Acto seguido, con mucho mimo, lo depositó en un cojín de terciopelo rojo encima de una bandeja de plata, y de esta guisa, con el bebe a cuestas salió al salón donde estaban todos los invitados. Lleno de júbilo gritó:

¡Ya tenemos Rey! ¡Viva el Rey!

Y acto seguido le dijo a Canovas de Castillo:

Es la menor cantidad posible de Rey, pero ya tenemos Rey.