Durante la
Guerra Civil las milicianas no siempre fueron bien acogidas en el frente
republicano. Muchas de ellas quisieron colaborar en la lucha con sus
correligionarios mientras que otras fueron allá esencialmente para “levantarles
el ánimo” (ustedes ya me entienden). Pues bien, un ejemplo de que algunos
consideraron molesta la aparición de las féminas en el frente lo podemos
observar en la actitud de algunos líderes del Frente de Aragón. Parece ser que
cuando las columnas republicanas se dirigían a Zaragoza a liberar la ciudad se
les acabó uniendo una gran cantidad de mujeres que iban junto a las milicias
anarquistas. El problema es que algunas de ellas no iban por ideales
libertarios sino por ganar algunas monedas favoreciendo el descanso del
guerrero. En su mayoría eran mujerzuelas procedentes de malos barrios de
Barcelona u otras ciudades de la zona, y lo que creían que era un buen servicio
a la República acabó convirtiéndose en un gran problema pues empezaron a
propagar enfermedades venéreas entre los soldados. Enfermedades que producían
más bajas que las propias balas. Tan alarmante fue el problema que incluso se
acabó promulgando una Orden de la Consejería de Defensa de la Generalitat,
presidida por el coronel Sandino, en el que se advertía que cualquier persona
que hubiera contraído alguna de estas enfermedades se convertiría en un
desertor y acto seguido sería fusilado en una tapia de cementerio.
Aun así, a pesar
de esta orden tan sería, la situación no mejoró ya que algunos capitanes o no
pudieron ejecutar esta disposición por miedo a lo que les hicieran sus propios
hombres o la obviaron totalmente, y aunque a veces se las encerraba en vagones
de tren para devolverlas de vuelta a casa muchas de ellas volvían al poco
tiempo haciendo que una gran cantidad de
aquellos milicianos murieran sin que hubieran intercambiado ni un disparo
con el enemigo. Fue en ese momento cuando se tomó la terrible decisión de
expulsarlas definitivamente del frente. Uno de los encargados de ello fue Durruti
a quien no le tembló la mano al mandar fusilar a aquellas que o bien fueran
pilladas in franganti en las trincheras o se negaran a abandonarlas. Por
ejemplo en la plaza de Bujaraloz, sede del Cuartel General de las Columnas
roji-negras fueron pasadas por las armas un buen número de aquellas mujeres.