martes, 28 de enero de 2014

JUNTOS PERO NO REVUELTOS



Durante la Guerra Civil las milicianas no siempre fueron bien acogidas en el frente republicano. Muchas de ellas quisieron colaborar en la lucha con sus correligionarios mientras que otras fueron allá esencialmente para “levantarles el ánimo” (ustedes ya me entienden). Pues bien, un ejemplo de que algunos consideraron molesta la aparición de las féminas en el frente lo podemos observar en la actitud de algunos líderes del Frente de Aragón. Parece ser que cuando las columnas republicanas se dirigían a Zaragoza a liberar la ciudad se les acabó uniendo una gran cantidad de mujeres que iban junto a las milicias anarquistas. El problema es que algunas de ellas no iban por ideales libertarios sino por ganar algunas monedas favoreciendo el descanso del guerrero. En su mayoría eran mujerzuelas procedentes de malos barrios de Barcelona u otras ciudades de la zona, y lo que creían que era un buen servicio a la República acabó convirtiéndose en un gran problema pues empezaron a propagar enfermedades venéreas entre los soldados. Enfermedades que producían más bajas que las propias balas. Tan alarmante fue el problema que incluso se acabó promulgando una Orden de la Consejería de Defensa de la Generalitat, presidida por el coronel Sandino, en el que se advertía que cualquier persona que hubiera contraído alguna de estas enfermedades se convertiría en un desertor y acto seguido sería fusilado en una tapia de cementerio.

Aun así, a pesar de esta orden tan sería, la situación no mejoró ya que algunos capitanes o no pudieron ejecutar esta disposición por miedo a lo que les hicieran sus propios hombres o la obviaron totalmente, y aunque a veces se las encerraba en vagones de tren para devolverlas de vuelta a casa muchas de ellas volvían al poco tiempo haciendo que una gran cantidad de  aquellos milicianos murieran sin que hubieran intercambiado ni un disparo con el enemigo. Fue en ese momento cuando se tomó la terrible decisión de expulsarlas definitivamente del frente. Uno de los encargados de ello fue Durruti a quien no le tembló la mano al mandar fusilar a aquellas que o bien fueran pilladas in franganti en las trincheras o se negaran a abandonarlas. Por ejemplo en la plaza de Bujaraloz, sede del Cuartel General de las Columnas roji-negras fueron pasadas por las armas un buen número de aquellas mujeres.