Desde que el
mundo es mundo las mujeres han tenido la suerte de tener a su disposición un buen número de
consoladores, de todas las formas, colores y material, para hacerlas feliz,
pero hasta fines del siglo XIX, desgraciadamente, no dispusieron de ninguno que
fuera automático. Esto fue posible gracias a la medicina ya que en tiempos de
la Reina Victoria se decía que las mujeres con tendencia a la irritabilidad, al
nerviosismo, insomnio…, sufrían de un mal llamado histeria femenina. Muchos expertos (por llamarlos de una manera)
opinaban que la única manera de curarlas era realizar un masaje vigorizante en
la zona pélvica hasta que llegaran al paroxismo
histérico, es decir a un orgasmo en toda regla. Aun así muchos médicos se
quejaban de que este masaje pélvico era tedioso, perdiéndose mucho tiempo al
atender a estas mujeres, por lo que el médico británico Joseph Mortimer
Granville no se le ocurrió otra cosa que aplicar unas baterías eléctricas a un
consolador normal y corriente. Sin darse cuenta acababa de inventar el
consolador automático. A partir de entonces su clientela femenina aumento de la
noche a la mañana como por arte de magia.