Amigo, ¿no oyes los gritos sordos del país que ha sido encadenado?
Amigo, ¿no oyes el vuelo negro de los cuervos sobre nuestros llanos? (El
canto de los partisanos)
Aquel mes de
Mayo de 1940 París no era una fiesta. No había pintores en Montmartre ni música
alegre en el Folies Bergere. Solo un eco metálico proveniente de los Campos Elíseos
que imponía un silencio sepulcral sobre la ciudad. Cientos de botas alemanas
remachadas con clavos desfilaban delante del Arco del Triunfo y hacían caer
lagrimas de desdicha a los parisinos que con odio en la mirada veían desfilar a
sus eternos enemigos comprendiendo que a partir de ese momento ya no eran un
pueblo libre y que todo su mundo iba a cambiar hacia peor, directos hacia la
sombra de la esvástica. Las calles de París se iban a convertir por un lado en
lugar de descanso y francachela entre aguerridos militares alemanes y espumosas
copas de champagne acompañadas de alegres parisienne,
y, en cambio, por otro lado la oscuridad de las esquinas, sótanos y oficios
gubernamentales se iban a transformar en sucursales del soborno, trafico de
arte, dinero sucio y comercio indigno de personas. El reino del crimen en una
ciudad que se pudría y en la que vivía uno de los personajes más ambiguos y
controvertidos de esta historia: Joseph Joanovic, Joano para los amigos. Un humilde chatarrero que tras su humilde
trabajo escondía todo un imperio.
Actualmente, en
el mercado editorial, se esta produciendo toda una cascada de libros, sean en
formato novela como en ensayo, sobre personajes “ocultos” durante la Segunda
Guerra Mundial. Hayan sido éstos militares que salvaron vidas en el frente,
testimonios de supervivientes del Holocausto o ciudadanos de a pie que
arriesgaron su vida frente al nazismo, es de agradecer que por fin las
editoriales hayan puesto su diana literaria en este tipo de relatos ignorados,
la mayoría de las veces, por el gran público
pues gracias a ellos podemos ir completando poco a poco aquel terrible puzzle
de sangre y horror en que se convirtió el mundo durante seis años. Es por ello
que estamos de enhorabuena al encontrarnos de nuevo con otro de aquellos
personajes olvidados gracias al cómic que humildemente principio a reseñar: Érase una vez en Francia, escrito y
dibujado por Fabien Nury y Sylvain Vallé. Nos encontramos ante una gran saga
(Norma editorial la ha dividido en tres volúmenes) que narra la historia
verídica de Joseph Joanovici y su increíble gesta en un mundo dominado por el
crimen y el colaboracionismo. Un hombre con dos caras del que solo conociendo
sus actos más íntimos, no los públicos o superficiales, hallaremos la verdad
pues para unos fue un héroe que salvo la vida de 150 judíos de una muerte
segura a manos de los nazis y que proveyó a la Resistencia con armas, mientras
que otros lo tildan de traidor ya que gracias a sus negocios se enriqueció
mientras su chatarra se convertía en balas alemanas. Pero, aun así… ¿quién se
aprovecho de quién? ¿Fue un simple colaboracionista o aunque parezca más
increíble fue todo un malabarista que tuvo que equilibrar su conciencia y sus
escrúpulos más internos? La lectura de este fascinante cómic nos desvelará todo
el misterio de Joano.
Joseph Joanovici
(1905 – 1965) fue un obrero francés de origen rumano y judío de religión, que
desde su más tierna infancia quedó huérfano ya que su padre fue acusado de
colaborar contra los enemigos del Zar y por ello fue decapitado delante de él y
de su madre. Pasado el tiempo, junto a su esposa Eva, emigró a Francia y se
convirtió en un prospero chatarrero no tardando en llegar a ser una persona
influyente en su nuevo país que no tenía problemas en comerciar durante el día
y en tener en nomina a policías e inspectores por la noche. Gracias a su buen
hacer aquel pobre huérfano iletrado creó todo un imperio. Pero llegó el periodo
de ocupación alemana (20-05-1940) y el edificio de prosperidad que había
construido Joano parecía abocado a la destrucción. Así que no dudo un momento
en tomar medidas, pero no del estilo Schindler, por puro altruismo, sino que no
tuvo escrúpulos en trabajar para los nuevos amos vendiéndoles chatarra para así
seguir conservando su lema “Mi país es mi familia. Los demás pueden irse al
carajo”. Esta nueva vida no era fácil ya que le hacía bailar continuamente en
la cuerda floja pues debía cuidar a su propia familia y a sus allegados, fueron
estos allegados o simples trabajadores suyos, además de que debía alagar a los
alemanes escondiendo continuamente su condición de judío. Muchos abusos, sobre
todo por parte del jefe de la GESTAPO en París Henri Chamberlain, alias Henry
Lafont, además de visiones horribles de torturas, crímenes y violaciones tuvo
que presenciar, tantas que con el paso del tiempo no tardaría en ayudar en la
sombra a la misma Resistencia, con armas y pertrechos, y a los judíos que
necesitaban algún salvoconducto para convertirse en arios y no acabar gaseados en los campos de concentración. Después
de largos años de opresión Francia fue liberada pero para nuestro protagonista su
guerra interna todavía no había acabado pues en 1949 fue acusado de
colaboracionismo y encerrado cinco años en prisión. Desde entonces hasta el fin
su vida fue un continuo sin vivir de encierros y tergiversaciones. En 1965
murió llevándose su secreto a la tumba ¿criminal o héroe? Solo la Historia le
absolverá de sus hechos más íntimos.
Los autores
Fabien Nury y Silvain Vallée nos descubren esta magnífica historia y nos
invitan a sumergirnos en aquel París irreal y corrupto en donde el régimen de
terror se compaginó perfectamente con aquel universo de ladrones y criminales
que no dudaban en robar para los nazis y en muchos casos en tener amedrentados
a la policía. Aquella ciudad se convirtió en poco tiempo en el campo fértil del
soborno y la corrupción a todos los niveles imaginables. Este thriller, con
grandes reminiscencias al Padrino, enseguida
engancha al lector desde la primera página y no lo suelta hasta la última en la
que comprende como fue el París Ocupado y se siente asqueado ante las grandes
redes de ira y miedo que atenazaban a todos los parisinos. El dibujo es
brillante y el ritmo agotador, pero no porque sea plomizo al leerlo sino por
que el dialogo es tan electrizante que no sabes donde dejarlo teniendo la
sensación de que aunque uno este escandalizado por el mundo en el que vivió
Joanovici no quiere salir de él intentando tener la esperanza de que al fin la
justicia se impondrá, aunque sepa que esto no es así pues en todo este trapicheo
siempre se impone la sensación de que todo lo que aparece en cada viñeta esta
justificado porque, en fin, solo son
negocios.