Uno de las cosas
que más sacaban de quicio a los generales y colaboradores de Adolf Hitler era
su vegetarianismo. El Führer no consumía nunca carne ni permitía que nadie lo
hiciera, o que fumara a su lado o se presentara ante él apestando a alcohol. En
sus charlas de sobremesa, tras una comida, le gustaba dar su punto de vista
sobre las bondades de la comida vegetariana. Opinaba que el hombre,
desgraciadamente, se había vuelto carnívoro “porque en la época glacial lo
obligaron a ello las circunstancias. Lo incitaron también a cocer los
alimentos, costumbre que tiene hoy día”. Por tanto el estado natural del hombre
es volver a comer solamente vegetales ya que eso hará que los niños del ahora
se conviertan en hombres “puros” en el futuro y puedan vivir más.
Pero aunque
Hitler era un amante de las verduras, no era un vegano consumado ya que adoraba
los platos hechos o condimentados con pescado. El mismo decía: “Alemania
consume anualmente unos doce kilos de pescado por habitante. Japón, entre
cincuenta y sesenta kilos. ¡Todavía tenemos margen!”. Es por ello que el
dictador alemán fuera un amante de la comida mediterránea en la que existe un
equilibrio dietético entre carnes y verduras. De vuelta de un viaje a Italia
una de las primeras cosas que dijo a sus allegados al llegar a Berlín fue que
“los pueblos meridionales no conocen la alimentación a base de carne, ni la
cocción. He vivido maravillosamente en Italia. La cocina de Roma…¡qué
delicia!”.