La tradición de
colocar un árbol de Navidad en las casas proviene principalmente de los Países Nórdicos,
Alemania e Inglaterra. Es decir, de tierras del norte de Europa. Entonces cómo
es posible que esta costumbre arraigara también los países mediterráneos y
sobre todo en España. Pues bien, la culpa de ello lo tiene una mujer venida de
muy lejos de la Península Ibérica. Su nombre era Sofía Tubetzkaia y era originaria de Rusia.
Aunque era hija de un teniente de caballería destinado en el Cáucaso, las malas
lenguas decían que en verdad era descendiente del mismísimo Zar. Y muchos de
estos rumores se confirmaron cuando pasado un tiempo se quedo huérfana y la
familia imperial llegó a adoptarla dándole una educación en la corte.
Siendo joven se
casó con un embajador francés, pero este matrimonio duró muy poco ya que Sofía tiempo
después se prendó locamente del atractivo duque de Alburquerque y Sesto, José
Osorio. Este amor acabó, como no podía ser de otra manera, en matrimonio
produciéndose sus esponsales en la localidad de Vitoria. Cuando llegaron a la
capital de España fue muy bien acogida en la corte y tanto amor le profesó
Isabel II que junto a su marido se convirtieron en tutores del propio hijo de
la reina. Ésta y Sofía eran inseparables y se dice acabó pagando todas las
deudas que la reina había contraído durante su exilio en Francia.
El amor que
sentía Sofía Tubetzkaia por España era muy grande y como recompensa por haberla
acogido sin examinar su pasado, quiso introducir una costumbre europea en los
salones de palacio: el árbol de Navidad. Se tiene constancia de que el primer árbol
de este tipo que apareció en Madrid fue en el Palacio de Alcañices en 1870.
Actualmente en el solar que ocupaba este palacio se erige el imponente Banco de
España. Que curioso que entre tantos billetes y lingote antes hayan brillado
con luz fraternal las bolas de un precioso árbol de Navidad.