En el siglo XI
comenzaron a aparecer por Europa, sobre todo en el Midi francés comunidades
heterodoxas cristianas que ansiaban volver a la iglesia primitiva, más pura, y
alejarse de la corrupta iglesia que existía en ese momento. Aquellas gentes que
no tenían un nombre colectivo conocido la historia acabó llamándoles cataros y
albigenses. ¿Por qué? Evidentemente la culpa de ello la tienen sus detractores.
A mediados del siglo XII un abad llamado Evervino de Stanfeld escribió a
Bernardo de Claraval advirtiéndole que en la ciudad de Colonia había aparecido
una colonia de pauperes christiani, o
cristianos pobres. Éstos, además, se llamaban a sí mismos “apostoles”, “pobres
de Cristo”, o simplemente “cristianos”. Pasado el tiempo un canónigo llamado
Eckbert de Shonaü fue el primero en llamarlos “cátaros”. En un principio se
puede pensar que esta palabra es un derivado del griego kataroi (puro) aunque a decir verdad el religioso lo utiliza de
forma peyorativa, pues cree que los cátaros son “brujos adoradores de gatos”,
haciendo referencia a la palabra katte,
es decir, gato en alemán. Esta palabra
caló hondo dentro del mundo eclesiástico, pero no fue más allá de este círculo pues
la palabra cátaro nunca fue utilizada en el Mediodía francés durante la Edad
Media. No fue hasta el siglo XIX cuando el teólogo Charles Schmidt popularizó
este término en su obra Histoire et
doctrine de la secte des cathares ou albigeosis. Obsérvese que el título
del libro alude tanto a cataros como albigenses. También se les llamó así
debido a que el cronista benedictino Geoffroy de Vigeois les impuso el
sobrenombre de albigenses debido a la aparición de una comunidad cátaros en la
localidad de Albi. Con el tiempo ambos nombres se confundirían mutuamente hablándose
unas veces de Cruzada Cátara y otras de Albigense.