Quien más, quien
menos, ha leído alguna vez una novela de italiano Emilio Salgari (1862 – 1911),
y, seguramente, ha vibrado con las aventuras de Sandokan y sus tigres de Mompracen, se ha emocionado con las
lágrimas del Corsario Negro, o se ha
maravillado de ver la increíble esgrima del Capitán
Tormenta. Este prolífico autor ha llenado nuestra imaginación con escenas
que se desarrollan en selvas orientales, mares inhóspitos o extensas estepas
llenas de indios salvajes, dando siempre la impresión de que el autor de estas
novelas era un ser valiente, imaginativo y lleno de vida y libertad. Por eso
llama la atención saber que detrás de todas las páginas que componen su extensa
obra se encuentre a una persona desdichada, y triste que al final de su vida,
agobiado por su mala estrella, optó por quitarse la vida. Según parece Salgari
fue un literato de gran fama que llegó acumular, gracias a las ventas que
producían sus novelas, sumas elevadas de dinero. Estaba casado con Aida Peruzzi,
y de esta feliz relación tuvieron cuatro hijos: Nadir, Romeo, Fátima y Omar.
Pero aquella
felicidad comenzó a declinar cuando su mujer fue ingresada en el manicomio de
Collegno (19 de Abril de 1911) debido a que había empeorado su salud mental.
Aquel lugar debía ser muy caro pues Salgari dilapidó gran parte de su fortuna
en pagar la pensión del sanatorio. Es por ello que muy pronto se encontró en
números rojos, obligado a trabajar el doble escribiendo sin descanso hasta
altas horas de la noche para pagar la habitación de su esposa. Finalmente,
estos problemas económicos, y la salud mental de Aida, que se pasaba el día
gritando sin parar, condujo a nuestro escritor a tomar la decisión de quitarse
la vida. Llama la atención la serenidad
y modo en que lo hizo. Escribió dos cartas, una a su editor, y otra a sus
hijos, en los que intenta explicar los motivos de tan terrible decisión. La que
dejó a su editor ponía lo siguiente:
“Vencido por mis desdichas, reducido a la
miseria a pesar del enorme volumen de mi trabajo, con la mujer loca en el
hospital, sin poder pagar su pensión, me suprimo. Creo que mi nombre merecía
otra fortuna y otra muerte”
Y a sus hijos:
“Voy a morir en el valle de San Martín,
cerca del lugar donde íbamos a merendar cuando vivíamos en Via Guastalla. Se
encontrará mi cadáver en uno de los bosquecillos que vosotros conocéis porque
allí recogíamos flores. Haced que me entierren de caridad por estar
completamente arruinado”.
El día 25 de
Abril de ese mismo año, Salgari se encaminó a dicho valle cercano a Turín y se suicidó.
Es curiosa, y original, la forma en que lo hizo. No como se solía hacer en aquella
época, es decir pegándose un tiro en la sien, sino que lo hizo a la manera
japonesa, abriéndose el vientre haciéndose el harakiri, lo más seguro que con
una espada malaya. Y para que fuera más efectiva y rápida su muerte se cortó el
cuello, muriendo desangrado casi al momento.
Es triste ver el
final tan trágico que tuvo Emilio Salgari. Pero desgraciadamente esta mala
estrella no solo persiguió al escritor sino que fue transmitida a todos sus
descendientes. A saber:
-Su esposa, Aida Peruzzi, murió a los pocos días en el manicomio de Collegno
-Nadir murió en un accidente de motocicleta al estrellarse contra un tranvía
-Fátima,
en su juventud, fue ingresada en un
hospital y murió de una tuberculosis
-Romeo
quiso matar a su mujer pegándole un tiro debido a un ataque de celos. Después,
al igual que su padre se suicidó
-Y finalmente Omar, autor de más de cuarenta novelas de aventuras, se lanzó desde
su ventana de Turín y acabó aplastado en mitad de la calle.