En 1495 Leonardo
da Vinci comenzó a pintar la Santa Cena
en el monasterio de Santa María delle Grazie, en Milán. Ludovico Sforza, jefe
en esos momentos de la Casa Sforza, estaba encantado con el proyecto y con el
pintor, pero no tuvo en cuenta uno de los grandes defectos del maestro de
Vinci: su inconstancia. Este fresco, en principio, y a pesar de su enorme
tamaño, le tendría que llevar poco tiempo ejecutarlo pero debido a su forma
poco ortodoxa de trabajar se demoró más de la cuenta. El escritor Matteo
Bandello lo explica de la siguiente manera: “Llegaba bastante temprano, se
subía al andamio y se ponía a trabajar. A veces permanecía sin soltar el pincel
desde el alba hasta la caída de la tarde, pintando sin cesar y olvidándose de
comer y beber. Otras veces no tocaba el pincel durante dos, tres o cuatro días,
pero se pasaba varias horas delante de la obra, con los brazos cruzados,
examinando y sopesando en silencio las figuras”.
Como es normal,
esta lentitud al trabajar exasperaba a mucha gente, sobre todo al prior del
monasterio que veía todos los días el refectorio en obras. Así pues un día se dirigió
a Ludovico para que éste apremiara a Leonardo para que terminara el fresco.
Éste así lo hizo y el pintor le contestó que el motivo por el que tardaba tanto
se debía a que no encontraba a nadie que tuviera un rostro parecido al de Judas:
“Acudo al Borghetto, donde habita la más
baja e innoble ralea, gentes, muchas de ellas, sumamente depravadas y
perversas, con la esperanza de encontrar un rostro para tan maligno personaje”.
Y a continuación apostilló: “Si finalmente resultara que no lograra encontrar a
nadie tendré que recurrir al rostro del reverendo padre prior”.