En plena fiebre
revolucionaria, el Estado Soviético decidió en 1918 que había que llevar a Dios
a los tribunales “por sus muchos
crímenes contra la Humanidad”. Pero aunque a Dios no se le puede llevar una
orden de citación eso no fue obstáculo para hacer una especie de juicio popular
con todas las garantías posibles en el que hubiera abogados, fiscales y un
tribunal en este caso presidido por el escritor Anatoli Vasilievich Lunacharski
(1875 – 1933). En la sala de justicia todo fue preparado minuciosamente y para
que el banquillo del acusado no estuviera vacío se puso en él una Biblia como
símbolo de la presencia de Dios. El juicio duró unas cinco horas y allí los
abogados y fiscales expusieron sus pruebas para salvar o condenar al acusado.
Los abogados quisieron que su cliente no fuera acusado de los crímenes que se
le imputaban alegando que no estaba en su sano juicio, mientras que la parte
contraria no paró de aportar testimonios históricos demostrando que era una
persona sanguinaria, caprichosa y que no dudaba en mandar a sus fieles a la
muerte. Es por ello que el juez de este peculiar juicio hizo caso a los
fiscales y condenó a Dios a ser fusilado por sus muchos crímenes. A las seis y
media de la mañana del 17 de Enero de 1918 un pelotón de soldados soviéticos disparó
cinco veces al cielo, mientras que en otras partes del país se fusilaban a cristos
crucificados en las iglesias ortodoxas o eran llevadas Biblias a las tapias del
cementerio para acribillarlas a balazos. Y aunque esto nos pueda parecer una
barbaridad, dieciocho años después de este hecho un grupo de milicianos hizo
una acción parecida en Getafe, en el Cerro de los Ángeles, contra la imagen del
Sagrado Corazón de Jesús. La historia volvió a repetirse.