sábado, 12 de noviembre de 2016

LOS CABALLOS CONQUISTADORES




Uno puede preguntarse cómo fue posible que un grupo de soldados y aventureros españoles fueran capaces de conquistar imperios y explorar grandes extensiones de terreno en América, allende los mares. Según el libro o historiador con quien se hable le puede a uno dar diferentes motivos, como la audacia y valentía frente al enemigo; la ayuda recibida por parte de los indígenas; o simplemente la expansión de enfermedades traídas de Europa y que era desconocidas totalmente en aquellos lugares y para las que, por tanto, no había cura posible. Todas estas respuestas son validas, complementarias unas a otras, pero yo, desde mi modesta opinión añadiría otra: el miedo y la superstición.
Desde que los conquistadores llegaron a las costas americanas, sin quererlo fomentaron en torno a ellos el halo de ser seres divinos y sobrenaturales que venían desde el más allá. Los indios de la zona, al principio, los veían como aquellos viracochas, o divinidades blancas, que regresaban del cielo a recuperar sus antiguas posesiones. El brillo de las corazas, el uso de las armas que escupían fuego, y sobre todo el empleo de unos seres que traían bajo sus piernas, es decir los caballos, los hacía parecer seres invencibles, como centauros de la antigüedad.

Centrémonos en estos últimos. Fue el propio Cristóbal Colón en su Segundo Viaje (1493) quien trajo los primeros caballos a América. Y muy pronto, frente a las acometidas de los indios, como por ejemplo en la Batalla de la Vega Real, o de Jaquimo (1495), en donde destacó un joven capitán llamado Alonso de Ojeda, los españoles se dieron cuenta de la importancia de aquellos animales. Así que se determinó desde es el principio que en cada viaje se trajeran caballos desde España pues parecía que los indígenas les tenían miedo al creer que eran caníbales, y que además con un número reducido de buenos jinetes podían acabar con una cantidad enorme de enemigos en pocos minutos. Se cuenta que algunos poblados huían monte arriba en cuanto oían relinchar a un caballo. Tan importante fue su utilización que cuando se producía una batalla una de las primeras cosas que se hacía era un inventario de los caballos que habían muerto, estaban heridos o enfermos. Es por ello, que para mantener la idea de que eran inmortales se los enterraba en secreto. Aunque muy pronto aquel efecto sorpresa acabó disipándose al darse cuenta de la docilidad de aquellas bestias y al ver que solamente comían hierba y forraje que les traían los peones encargados de su cuidado.

De igual manera el transporte el caballos entre ambos continente disminuyó al comenzar el nuevo siglo pues pronto, a partir de 1520, comenzaron a criarse en Cuba y Jamaica, por lo que no fue tan necesario y perentorio traerlos desde España. Aunque llama la atención que uno de los problemas que encontraron los españoles desde que llegaron a América fue encontrar hierro para hacer o bien los arreos de los caballos o bien calzarlos con unas herraduras de buena calidad. Así que los conquistadores tuvieron que utilizar el mineral que más a mano tenían, es decir oro, cobre y plata. Ahora nos costaría trabajo encontrar un caballo que llevara herraduras de brillante oro, pero en aquellos años fue de lo más normal ver a los equinos portándolas. Y lo que es más importante, el herrarlas con materiales preciosos no era ninguna frivolidad, sino toda una necesidad y un negocio pues en cuando un caballo se moría su dueño solamente tenía que coger los herrajes, guardárselos y con ellos ir al mercado más próximo a comprar otro caballo.