domingo, 12 de febrero de 2017

LA OBLIGACIÓN DE ESCUCHAR AL PEREGRINO



Durante la Edad Media existía una costumbre de lo más curiosa en torno a los peregrinos que regresaban de sus andanzas ya hubieran venido de Tierra Santa, Compostela o Roma. Cuando estas personas entraban en una aldea o ciudad, una de las primeras cosas que hacía era dirigirse a la plaza principal o al atrio de una iglesia y comenzar a contar a todos lo que le había ocurrido en su andar y cuáles eran las maravillas que había presenciado. Ahora podemos pensar que lo normal es que mucha gente ignorara el discurso del peregrino y siguiera su camino, pero no era así, ya que en aquellos tiempos existía una ley que obligaba a cualquier persona que estuviera cerca a quedarse allí a escucharle por obligación hasta que terminara lo que tuviera que decir.

A pesar de ello también se daba el caso de aldeanos que pasaban de largo porque tenían tareas más importantes que atender. Cuando esto pasaba el peregrino tenía la potestad de apelar al obispo de la zona para que identificara a las personas que no quisieron oírle y cobrarles una multa. Y ahora nos preguntamos ¿qué se hacía con el dinero de la multa? ¿se la daban al peregrino? Pues no, con ese dinero se contrataba a otras personas para que escucharan las historias que éste tenía que contar y de esta manera poder irse satisfecho del lugar.